
Tal como venimos insistiendo desde hace tiempo en estas columnas, en momentos de crisis la centralidad de la política pasa por el Congreso de la Nación. Allí se debate el presente y el futuro de la Argentina.
La pandemia nos ha traído luces y sombras. Algunas sombras se hicieron visibles en la marcha del 17 A, donde una clase media enarbolando sólo la bandera argentina y poniendo en riesgo su salud, manifestó su indignación.
Opinión21/08/2020 Sonia Margarita EscuderoSi bien había un sector politizado contrario al gobierno nacional, ningún partido político ha capitalizado el descontento. El Presidente debería escuchar algunos de los reclamos genuinos.
A diferencia de finales del siglo XX cuando los desocupados ganaban la calle organizando piquetes para reclamar planes de empleo, en tiempos de pandemia, es parte de la clase media trabajadora la que se considera excluida de las políticas de la actual Administración. Se ganó la calle con diversidad de consignas, expresando su descontento en tres áreas fundamentales: 1º.- descontento de los jubilados por sentirse defraudados: a) se les prometió durante la campaña política un aumento que no se cumplió; b) se suspendió la vigencia de la ley de movilidad jubilatoria retrocediendo a tiempos de aumentos que dependen de la lapicera discrecional del Presidente, con la consiguiente pérdida del poder adquisitivo; c) se promete un ingreso de emergencia a quienes no tienen trabajo, cuyo monto, y es lo cuestionable, aparece similar a la jubilación mínima que perciben quienes han trabajado y aportado al sistema previsional durante treinta años; aquí los incentivos a no trabajar parecen muy errados.
2º.- Se vio también el hartazgo con la prolongada cuarentena y las limitaciones laborales para amplios sectores, especialmente pymes y mipymes para quienes las ayudas del gobierno no son una solución razonable. También se expresó rechazo a que el gobierno se arrogue la potestad de prohibir la reunión en familia.
3º.- Finalmente, también se visibilizó la resistencia a una reforma judicial que aparece orientada a resolver los problemas judiciales de la vicepresidenta, a expensas del propio gobierno. Si bien el reclamo por la mejora en el sistema de justicia es casi unánime, la falta de búsqueda de consensos muestra a un gobierno que, en medio de la pandemia, expone que su prioridad no es la gente, sino salvar a Cristina. Y no es posible culpar a Macri que descansa al sol en Francia, como tal vez lo hace Urtubey en España. En la Corte están pendientes de decisión impugnaciones planteadas en la causa por la obra pública adjudicada a Lázaro Báez y que compromete a la vicepresidenta; no es inocente la incorporación del abogado personal de Cristina en la Comisión creada para repensar la Corte Suprema, el Consejo de la Magistratura, el Ministerio Fiscal y de la Defensa y la implementación de los juicios por jurados. Las acciones en el Senado para aprobar los cambios a todo vapor demuestran que el gobierno no escuchó el mensaje.
Esas son las sombras, pero también quiero levantar la mirada y reflexionar sobre algunas luces. Quiero referirme al reciente anuncio presidencial de un acuerdo entre Oxford y AstraZeneca que desarrollan una vacuna para el COVID 19, con una empresa argentina y otra mexicana para la producción y distribución de esa vacuna. El financiamiento para esta producción de riesgo, en tanto la vacuna aun no ha sido aprobada, fue asumido por la Fundación Slim. La condición impuesta en este acuerdo es que la distribución sea equitativa entre todos los países de América Latina, excepto Brasil que ha realizado su propio convenio. De este modo se asegura que nuestra región, que tiene tantos problemas de estrechez fiscal, de desigualdad y pobreza, tenga acceso a la vacuna en forma simultánea al resto de los países del mundo.
Oxford y AstraZeneca transfieren su tecnología, esto es, sus descubrimientos científicos para que los resultados encuentren aplicación en forma inmediata. Tanto la transferencia de tecnología como la producción de la vacuna se realiza a precio de costo, para asegurar el acceso a precios razonables por los países y por la población. Esto es, se trata de un emprendimiento sin ganancias y sin beneficios económicos. Es aquí donde aparecen las luces y quiero poner el acento.
Los modelos de colaboración público-privada están cambiando la manera en que se llega al descubrimiento de los nuevos resultados de investigación. En este caso, al enfrentar la pandemia se advierte que la seguridad es un bien al que se contribuye de manera conjunta y cooperativa: no es suficiente el acuerdo entre Estados, se requiere una colaboración amplia de todos los sectores de la sociedad. Surge en este acuerdo una nueva manera de abordar la salud para obtener seguridad colectiva.
Parece que la pandemia ha puesto en evidencia que un esquema de desigualdades inaceptable, tiene consecuencias gravísimas especialmente sobre la población más desfavorecida, aunque no exclusivamente. Ya Ferrajoli advertía hace años que nuestra relación con el mundo ha cambiado, sobre todo para bien, en el sentido que se ha hecho posible curar y sobrevivir gracias a la producción y a la distribución de bienes vitales artificiales como son los fármacos que, junto a los progresos de la medicina, permiten curar enfermedades incurables en el pasado. Este avance ha resultado en un importante aumento de la esperanza de vida. Por lo tanto, hoy sobrevivir ya no es solo un hecho natural, sino que es también un hecho artificial y social. El desafío es entonces asegurar el acceso a toda la población a estos fármacos que hoy son bienes vitales.
El autor denunciaba que la falta de distribución de medicamentos y vacunas, así como de otros bienes fundamentales como el agua y la alimentación básica, tienen carácter criminal, ya que esa gigantesca omisión es responsable de la muerte de millones de seres humanos cada año.
El acuerdo de cooperación público-privado para lograr la producción masiva de una vacuna que permita sobrevivir al COVID 19, a precio de costo, renunciando a un potencial beneficio económico insinúa, y espero que así sea, la evolución humana hacia un nuevo nivel de conciencia. Una evolución que podría dar forma a una ética humana en la que el altruismo y el interés por el bien común retornen al centro de la escena pública y privada.
El altruismo importa actuar sin un beneficio individual y privado, incluso a costo de absorber algún perjuicio, en tanto se reconoce la importancia de cuidar un bien superior, en este caso la salud de la humanidad.
En medio de tanta turbulencia y aflicción, aparecen acciones que nos llenan de esperanza.
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