
La política perdió el alma que la sostenía: la militancia. En su lugar quedaron los oportunistas de turno, el pragmatismo vacío y una sociedad atrapada en la lógica del asistencialismo.


Observando algunas facetas propias del ser argentino, concomitantes con una antropofagia histórica- política, que se manifiesta de manera permanente en una creciente insatisfacción que emerge cíclicamente en períodos de aversión política que, en la mayoría de la oportunidades, dio espacios propicios para golpes de estado o, cuando menos, a preocupantes crisis que, salvo excepciones, no sirvieron para nada o, en todo caso, solo para empeorar la situación vivida y alimentar un espíritu híper crítico generado sobre los cimientos de la ignorancia de los que terminan pensando con el estómago.
Opinión27/06/2022 Miguel Ángel Cáseres


Todo lo contrario de lo que se espera ya que, si para algo debería servir el hambre, es para hacer pensar desde la inteligencia y la memoria.
Alguien diría que no se puede esperar otro resultado en un estado donde se vació su sistema educativo y se falsificó su historia, obras insignes de Sarmiento y Mitre, cumplimentando las aspiraciones de las clases dominantes en la búsqueda de que los trabajadores no tengan historia, doctrina, ni héroes o mártires, salvo los pre fabricados ex profeso. Así la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan y todo pasa a ser propiedad privada, incluida la historia que será escrita por sus propios dueños.
Ese fue el camino elegido, en ausencia ya de los padres fundadores, para que el nuevo estado emergente adoptara como propia una conciencia compatible con el interés de los sectores dominantes, con tutelaje foráneo. Nos convencieron que la patria no es la tierra, a menos que estemos de acuerdo que si la tierra tiene dueño, entonces sus propietarios son, por consiguiente, la patria misma; no la tradición sino el tradicionalismo, un concepto de libertad restringida y condicionada, una ciudadanía dirigida por pastorcitos mentirosos. Todas las mentiras posibles, repetidas, hasta hacerlas aparecer ciertas, memorísticamente impuestas a rajatabla por la “historia oficial” como si se tratara de verdades absolutas. Por supuesto, una historia cuyos únicos herederos eran ellos, los vencedores, y no el pueblo.
En ese contexto puede entenderse que todo aquel que osara cruzarse en el camino de ese proyecto era considerado un enemigo, sea quien sea, de ello no se salvó ni siquiera José Francisco de San Martín. De nada valió la formación del Cuerpo de Granaderos a Caballo, el Combate de San Lorenzo, la convocatoria del Congreso de Tucumán, la Declaración de la Independencia, la formación del Ejército de Los Andes, los triunfos de Chacabuco y Maipú, la Independencia de Chile y El Perú. No. San Martín era un enemigo, por atreverse a desobedecer al poder real que, sabemos tiene su oficina en Buenos Aires, con gerencias en el interior. Un puerto que nunca incluyó al país profundo como parte de la nación, priorizando su mezquino interés sectorial sin importarle el amo que condujera su destino. Por eso el sector rivadaviano presionó al Director Supremo Rondeau, que tenía sus facturas a cobrar en relación a San Martín, recordando del Pacto de Los Cerrillos, para que ordenara que el Ejército de Los Andes retornara, para insertarse en la guerra civil, en definitiva era ponerle fin al proyecto liberador de pueblos. Decidió desobedecer. En la conciencia de que le iban a tirar los galgos, todos las culpas posibles sobre su persona, como lo confesó en forma posterior. El poder anglófilo había encontrado el pretexto para encumbrar su figura máxima: Bernardino Rivadavia. La cabeza política de San Martín debía rodar. No lo pudieron ejecutar de inmediato porque en el Acta de Rancagua, los oficiales, ratificaron su jefatura. Pero la fobia quedó liberada, era el responsable de que los caudillos del litoral tomaran, en Cepeda, la caja fuerte del poder portuario. Le soltaron la mano. Quedó sin recursos económicos para proseguir la campaña libertadora. Le apuntaron todos los cañones. Así de claro y cruento es el poder real. A lo sumo sería un soldado brillante, pero un político mediocre, elogiarlo como soldado y negarlo como político, soslayando que es imposible una hazaña militar como la de San Martín, sin una concepción política superior que la sustente. Esto lo llevó a decir “desde que volví a mi Patria, su independencia ha sido el único pensamiento que me ha ocupado y que no he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos”.
Las élites saben tejer. Tampoco tuvo el apoyo de parte de la oligarquía peruana, no le quedó otra alternativa que lo que decidió en Guayaquil. Sus cartas a Guido y O'Higgins, nos hablan de su amargura, que Rivadavia que, según él, fue uno de los responsables del asesinato de Manuel Dorrego, lo persiguiera y vigilara. La mayor parte de los argentinos desconocen esto. Sus enemigos fueron implacables. El poderoso y ambicioso Carlos María de Alvear, los conjurados hermanos Carrera, que instaban al pueblo chileno a rebelarse contra San Martín y O’Higgins, bajo el argumento de que quienes habían venido a liberarlos de la tiranía se habían convertido en tiranos, derrotados en Rancagua y exiliados en Mendoza pretendieron desconocerlo como Gobernador Intendente de Cuyo; el codicioso Almirante inglés Lord Thomas Cochrane, Comandante en Jefe de la Armada Chilena. Todos apelaron a escudarse en la calumnia, Su altura moral y su visión de estadista le permitieron sobrellevar los escollos y convencerse de que era necesario que sufra el hombre público para que la nave llegara al puerto. Sus palabras son bofetadas que la historia rescata del rostro de sus enemigos. Les afirmaba que, su sable jamás saldría de la vaina por opiniones políticas; que no tenía más pretensiones que la felicidad de la patria y que, en el momento que esta se viera libre, renunciaría al empleo que tuviera para retirarse, teniendo el consuelo de ver a sus conciudadanos libres e independientes. Siempre sostuvo, a lo largo de su vida, el principio de renunciar al poder si la política amenazaba convertirse en guerra civil o no tuviera por fin la independencia y la libertad, aun cuando sus enemigos entendieron esto como huida y lo difamaron, el pirata inglés Cochrane sostuvo que su partida desde Chile a Perú era para trasladar caudales chilenos, sabido es que para un pirata inglés, un patriota es un ladrón.
Pero enemigo como Rivadavia, ninguno. Lo cercó de espías, secuestraba su correspondencia, le impidió despedirse de su moribunda esposa. Planificó la detención del prócer a su ingreso a Buenos Aires. En 1826 le disolvió el Regimiento de Granaderos a Caballo. En el exilio europeo no le dio tregua. Hasta mancilló su honor y fue retado a duelo, salvando su vida por intermediarios. Para qué hablar de lo que debió soportar cuando decidió legar su sable a Juan Manuel de Rosas, que fue una prueba de la satisfacción que tuvo al ver la firmeza con que sostuvo el honor del estado contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarlo. No podían entender los que estaban acostumbrados a ramearse ante el poder extranjero. Como siempre ocurren, estas posiciones tienen un aval en algún costal de la prensa, la de Buenos Aires le dio como para que guardara, especialmente el periódico unitario El Tiempo, que lo difamó al acusarlo de haber regresado una vez terminada la guerra con el imperio del Brasil.
Intentó retornar en 1829, pero al enterarse del fusilamiento de Manuel Dorrego a instancias de Juan Lavalle y, cuando le ofrecieron la jefatura del ejército, decidió no desembarcar, para evitar así ser utilizado en la lucha partidaria. Los dueños de la historia y de la patria se lo impidieron, se marchó a proseguir su auto exilio europeo para morir lejos de su patria.
Muchas gracias – Hasta la próxima
Miguel Ángel Cáseres

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