
La política perdió el alma que la sostenía: la militancia. En su lugar quedaron los oportunistas de turno, el pragmatismo vacío y una sociedad atrapada en la lógica del asistencialismo.


No creo que nadie esté en condiciones de discutir, objetivamente hablando, las magníficas cualidades oratorias de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Opinión11/05/2022 Pablo Borla
Hábil en los tiempos, pausas e inflexiones; de memoria prodigiosa y una vasta cultura general, es absolutamente consciente del peso de sus palabras, siendo quizás la mujer más destacada del siglo XXI en Argentina, por trayectoria y por peso político.
Al margen de la ocasión, sus palabras se dirigen a un público más amplio y generalmente acólito, que festeja cada inflexión y cada indirecta de su verba filosa, las que suele deslizar casi al pasar, como quien no quiere la cosa y desdeñando su importancia.
Nada parece azaroso, sino que está todo calculado con la precisión con la que un cirujano maneja el bisturí y a quienes nos gusta y valoramos el buen uso de la palabra, la agudeza conceptual, nos parece una golosina para disfrutar.
Pero está el contexto, inapelable, ineludible, inoportuno, que nos dice que los argentinos esperamos más que verbas inflamadas de nuestros líderes.
Y en ello, aparecen los fanáticos, los resentidos y los avivados.
Para los fans de esa rockstar llamada Cristina Fernández de Kirchner, nada está errado en sus actos y palabras, sino que la siguen con una devoción más propia de eventos religiosos que democráticos e institucionales. Y el fanatismo es axiomático, no admite objeciones, sino que las palabras de quien lidera, son tomadas como Verdad Revelada. Y eso, convengamos, no está bueno.
En ello, aparece la otra cara de la misma moneda: los fanáticos del resentimiento. Odian a Cristina, pero no siempre aparecen motivos suficientemente inapelables para ello. Simplemente les patea el hígado por ser peronista, por ser líder y por ser mujer.
Porque si simplemente dijeran “Cristina chorra” y pudieran exhibir a sus propios líderes como bañados en agua bendita, vaya y pase. Pero casi todos tienes acciones por lo menos, cuestionables, y esto para evitar afirmar que son delictivas, lo que decidirá, en una de esas, la Justicia.
Si la odiasen en la convicción de que las políticas populistas arruinaron nuestro país paradisíaco, les tengo un par de noticias: el gobierno anterior al actual, prácticamente duplicó la cantidad de planes sociales. Cuando Macri asumió la presidencia había 245 mil personas que cobraban un plan. Al final de su mandato, había 450 mil y altísimos índices de pobreza e inflación.
La otra noticia es que, en el devenir histórico de nuestro país, la pauperización, el endeudamiento y el fracaso de los planes económicos, no es propiedad ni mérito de una sola gestión de gobierno ni una situación reciente.
Pero el fanatismo es así. Vuelca el odio hacia el contrario y minimiza los defectos de los líderes propios, aunque no sean capaces de hacer la O con un vaso, sin errarle.
Y haciendo su aparición estelar pero no novedosa, están los oportunistas, los avivados. Los que piensan como aprovechar a esa franja de votantes que no les cree ni a uno ni al otro.
Hablan de “castas” y son parte de ellas y si no lo eran, la popularidad, la necesidad de alianzas, la cercanía al poder los integra y allí aparece el popular Teorema del diputado radical Baglini, que dice que “Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven”.
Y allí van, cada uno con su estilo. Haciéndose los locos, pelo revuelto, aspirantes a rockstars, pero lejos del Piné requerido, repitiendo consignas demagógicas y soluciones mágicas.
Y también los otros, los moderados, los fracasados; un poco despeinados o peinados al tradicional estilo cincuentón, tratando de mostrarse conciliadores e innovadores cuando ya demostraron que no lo hacen bien, que sirven para comunicar y para seducir, pero no tanto para gobernar.
A todos; a Cristina, a Alberto, a la oposición, a los locos nuevos y a los inútiles viejos, un favor. Mientras discuten teorías y se pasean por canales que les son favorables y por las redes sociales, hay gente pasándola muy pero muy mal, que no tiene tiempo ni ganas de estupideces.
Que quiere paz y que la dejen trabajar en paz. Que les den oportunidades.
La interna, el odio y el oportunismo, gente, déjenla para cuando estemos mejor.

La política perdió el alma que la sostenía: la militancia. En su lugar quedaron los oportunistas de turno, el pragmatismo vacío y una sociedad atrapada en la lógica del asistencialismo.

De nada servirán ya las operaciones, las encuestas ni las lapiceras. Es el turno de la sociedad real. Estamos a días de unas elecciones cruciales para el futuro del país. El domingo nos encontraremos sin intermediarios con el reflejo directo de la voluntad popular frente al intenso momento de crisis que se vive a nivel nacional. Los salteños, que siempre damos más de lo que recibimos, tenemos la oportunidad de hacernos escuchar y respetar.

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En su paso por Salta, el Secretario General de SUTERH, Víctor Santa María, cuestionó la reforma laboral que impulsa el Gobierno Nacional y advirtió que podría implicar la eliminación de derechos clave como los convenios colectivos y las paritarias.

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