
Tal como venimos insistiendo desde hace tiempo en estas columnas, en momentos de crisis la centralidad de la política pasa por el Congreso de la Nación. Allí se debate el presente y el futuro de la Argentina.
Tengo plena conciencia de que la pregunta acerca de ¿qué es el peronismo? tiene millones de respuestas y, a la vez, ninguna.
Opinión21/06/2021 Armando Caro FigueroaPese a la importancia que -a todas luces- tiene este enigma, han pasado cerca de 80 años sin que los historiadores, sociólogos, filósofos ni politólogos hayan logrado construir una respuesta que muestre sus esencias, explique su supervivencia y la fuerza de las pasiones -a favor y en contra- que aun hoy despierta.
No cometeré la torpeza de intentar responder a aquel interrogante estratégico en los cinco minutos que dura esta columna.
Me limitaré a recordar (oficio preferido por señoras y señores entrados en años) un acontecimiento de nuestro inmediato pasado, y a rendir homenaje a una compañera peronista recién fallecida.
Hace casi 50 años, un día como hoy, dos caravanas de jóvenes salteños partíamos hacia Ezeiza para recibir al general Juan Domingo Perón que regresaba definitivamente al país luego de un largo tiempo de exilio y persecuciones.
Las dos caravanas estaban, ya entonces, separadas por abismos y visceralidades. Los unos apostábamos por la “patria peronista”. Los otros buscaban imponer la “patria socialista”. Cada uno de estos conglomerados juveniles aspiraba a excluir al otro a quien se descalificaba como infiltrados o derechistas, respectivamente.
Muchos partieron en trenes desde la estación ferroviaria de Plazoleta Antofagasta. Otros, en ómnibus expropiados al efecto. Los menos, en vehículos particulares.
Es muy probable que la mayoría de los integrantes de esta fracturada delegación de peronistas salteños ignorara qué se cocinaba en Buenos Aires. Ignorábamos, por ejemplo, que cerca de 10.000 personas asistirían armadas, con palos, cadenas, pistolas, rifles e incluso ametralladoras. Ignorábamos también que en la ancha autopista que conduce al aeropuerto de Ezeiza determinadas organizaciones se proponían secuestrar a Perón (física o metafóricamente) para “salvarlo”, obligándole a pronunciarse en favor de la quimérica patria socialista.
En el tren que transportó a las llamadas por aquel entonces “brigadas de la juventud peronista”, que hacían gala de su adhesión incondicional al líder y a su ideario, viajaba Carmencita Cardozo, una joven de Villa Luján que aspiraba, como sus compañeras y compañeros, a participar de una fiesta y enronquecer vivando al General.
Hasta su fallecimiento, ocurrido el pasado viernes, Carmencita luchó por las banderas peronistas históricas. Padeció el asesinato de José Ignacio Rucci y lloró al general muerto. Fue solidaria con los perseguidos por la dictadura. Sufrió desencantos. Contribuyó a cada uno de los triunfos electorales que el peronismo salteño acumuló entre 1983 y 2021.
Como miles y miles de peronistas honestos nunca ocupó cargos electivos ni se lucró con la cercanía a gobernadores, ministros o legisladores que ayudó a encumbrar.
En un momento determinado de la historia política local (que replicó lo que sucedía en el más amplio escenario de la Nación argentina), el mercantilismo y el odio se adueñaron de lo que ahora se llama el “espacio peronista”. Carmencita como miles y miles de mujeres y hombres que estaban metafísicamente solas y solos, esperando, volcaron sus esfuerzos tratando de expulsar a los mercaderes del templo.
Muy probablemente, pronto Carmencita y la larga lista de buenas personas que sentían el peronismo en sus corazones, fueron advirtiendo que al histórico movimiento se ingresaba con disfraces hechos a medida, y que los triunfos electorales instalaban máquinas de poder al servicio de los poderosos y no de los humildes. De los aventureros, no de los idealistas. De los arribistas y no de los lucharon y sufrieron por una Argentina mejor y por una Salta libre y justa.
Para decirlo en palabras de Perón: Había llegado la larga “hora de los logreros”.
Superar esta triste etapa es imprescindible para sacar a Salta del atraso, la pobreza y el subdesarrollo. Un objetivo que depende de muchos factores. También de que de entre los escombros de aquella corriente histórica y trasformadora surjan las nuevas ideas, los nuevos liderazgos imbuidos de un compromiso inquebrantable con la honradez y con la Constitución Nacional.
Tal como venimos insistiendo desde hace tiempo en estas columnas, en momentos de crisis la centralidad de la política pasa por el Congreso de la Nación. Allí se debate el presente y el futuro de la Argentina.
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