Trabajo y democracia
Los argentinos solemos considerar que lo que nos pasa a nosotros es producto de situaciones únicas e irrepetibles, es bueno levantar la mirada y observar que, aunque a distintos niveles, compartimos las consecuencias de la crisis de un sistema de representación que hace crujir a las democracias de todo el mundo.
Leyendo en el New York Times a Michael J. Sandel, autor de “El descontento de la democracia: una nueva edición para nuestros tiempos peligrosos”, es inevitable la comparación con la situación de nuestro país.
Me permito compartir con ustedes algunas de sus reflexiones y otras propias.
Uno de los elementos centrales a tener en cuenta es la sensación que tienen muchos ciudadanos de que no se escucha su voz, de que no se respeta su trabajo y de que las élites los miran con desprecio. Es imperiosa la necesidad de un mensaje que vuelva a conectar la política con los ciudadanos de los que se ido alejando cada vez más en estos últimos tiempos.
El camino empieza por entender que más allá del orden de prioridades de la dirigencia, autopercibida progresista y casi siempre vanguardista, son la inflación, la pobreza y la inseguridad los temas que acaparan con absoluta contundencia las preocupaciones de la gente.
Los argentinos sabemos que la inflación no se trata simplemente del precio de lo que consumimos. Representa un enorme obstáculo a su capacidad de acción, un indicador diario de su impotencia: no importa cuánto trabaje o cuánto gane, no puede salir adelante, no puede alcanzarla nunca.
Reimaginar la economía y renovar nuestro sentido de ciudadanía compartida pueden parecer tareas separadas. La primera tiene que ver con la inflación, nuestros ingresos y los impuestos, y la segunda con la identidad, la comunidad y el respeto mutuo. Pero deben ser parte del mismo proyecto. Los acuerdos económicos no sólo deciden la distribución del ingreso y la riqueza; sino también determinan la asignación del reconocimiento y la estima sociales.
El resultado concreto de décadas de políticas públicas se ve con claridad en las desigualdades de ingresos y riqueza, prácticamente insoportables. Los trabajadores reciben una porción cada vez menor de las ganancias que producen. Las finanzas se apropian de una porción cada vez mayor de la economía, fluyendo siempre más hacia activos especulativos que hacia la economía real, en fábricas, viviendas, etc.
Ante a lo dicho, la reacción de la sociedad en las últimas elecciones nacionales resulta poco menos que obvia. El cambio de gobierno significó para gran parte de los argentinos la consecuencia natural, pero con eso no alcanza.
Ahora el desafío es reconocer la responsabilidad que tenemos en la profundización de la división entre ganadores y perdedores que polariza el país y embarcarnos en el ambicioso proyecto de una verdadera de renovación democrática.
Pero la democracia en su sentido más pleno, aquella que consiste en que los ciudadanos deliberen juntos sobre la justicia y el bien común.
La dignidad del trabajo es importante para una democracia sana porque permite que todos contribuyan al bien común y obtengan honor y reconocimiento por ello.
¿Creemos en la dignidad del trabajo cuando se fija por decreto el Salario Mínimo Vital Y Móvil, para julio en $254.231 pesos con 91 centavos, mientras los datos oficiales dicen que una familia tipo necesita $393.319 pesos para no caer en la indigencia?
¿Creemos en la dignidad del trabajo cuando reinstalamos impuesto al salario de los trabajadores, a través del mal llamado impuesto a la ganancias, en el mismo momento de bajamos impuestos a las grandes inversiones y mantenemos exento gran parte del sistema financiero?
Nos decía el presidente Perón: El mundo vive una etapa de profunda transformación social, política y económica, sabemos que en lo económico tendrá que venir la armonía definitiva del capital con el trabajo, a base de sueldos y jornales equitativos, justos y humanos, y a base, también, por supuesto, de un régimen flexible, pero no menos orgánico de obligaciones, deberes y derechos recíprocos entre patronos y obreros.
Cuánta actualidad, cuánta necesidad de entender que la solidaridad es el camino para construir esa sociedad más justa que nos debemos.
Te puede interesar
Milagro
Se mantiene un clima de incertidumbre y la celebración que tiene a Salta como un centro de renovación espiritual en esta jornada, fue una oportunidad para que se señalen caminos por los que puede transitar la sociedad para salir fortalecida.
Reparación
La sabiduría popular asegura que no hay mal que por bien no venga. Luego de una derrota electoral que, en otras circunstancias, hubiese sido solo un dato indicativo del humor social, se abrió un proceso de transición hacia un modelo de vinculación más fructífero entre los gobiernos nacional y provinciales.
Defensa
Finalmente, el presidente Javier Milei vetó la ley de financiamiento universitario. Se avanza ahora hacia la aplicación de la consigna de la comunidad de cada casa de estudios: «Si hay veto, hay marcha».
Los días difíciles de concordia y paz
Esta columna iba a empezar con una semblanza sobre el tiempo del Milagro salteño. Con la imagen de los peregrinos que desde hace días surcan cerros y quebradas y emocionan, porque siguen adelante con el combustible de la fe: esa intuición poética de un pueblo que ni en los momentos más aciagos deja de creer.
Conflicto
La crisis del Instituto Provincial de la Salud no da señales de mejoramiento. Los médicos, que son uno de los principales prestadores, se mantienen en estado de alerta luego de una advertencia de corte de servicios.
Un mensaje al Fondo, no al pueblo
Un nuevo análisis sostiene que el presidente Javier Milei profundizó el ajuste tras la derrota electoral. Su mensaje, lejos de estar dirigido al pueblo argentino, tuvo un único destinatario: el Fondo Monetario Internacional (FMI).