El paso del Papa León XIV por Perú: se trasladaba a caballo para ir hasta las zonas más alejadas

Robert Prevost dedicó más de tres décadas de su vida al servicio de las comunidades rurales del norte peruano, llevando el mensaje de la Iglesia sin buscar reconocimiento

Sociedad09/05/2025

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Durante años, la figura de Robert Prevost recorrió en silencio caminos polvorientos del norte peruano. Lo hizo sin anuncios, sin cámaras, sin multitudes. A caballo, cuando el acceso a las comunidades rurales lo exigía, cruzaba las quebradas de Lambayeque para llegar a pueblos donde el mensaje de la Iglesia era esperado por los más olvidados. Era un misionero que hablaba español con acento extranjero y escuchaba con atención los relatos de quienes solo tenían su fe. Así se forjó el vínculo que lo uniría con el Perú durante más de tres décadas.

La imagen del ahora Papa León XIV en esas travesías por Ferreñafe, Pítipo o Incahuasi permanece en la memoria de quienes lo conocieron como el padre Robert. No se detenía por la lluvia ni por el calor. Las distancias no lo intimidaban. El compromiso con los sectores más distantes del país no era una consigna, era una práctica cotidiana.

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Cuando fue elegido sucesor de Francisco en una votación inesperadamente breve, el nombre de Prevost resonó con fuerza en el norte peruano. La elección de un papa nacido en Chicago, pero formado en la dureza del campo piurano y lambayecano, fue leída como un reconocimiento a su historia pastoral. El Vaticano confirmó que en la cuarta votación del cónclave se alcanzaron al menos 89 votos de los 133 emitidos en la Capilla Sixtina. En el Perú, el eco de esa decisión fue inmediato: el nuevo jefe de la Iglesia Católica también era ciudadano peruano.

El Papa León XIV, antes de ocupar un cargo en Roma, dirigió la diócesis de Chiclayo por casi una década. “Es para mí una alegría, una gran bendición, estar nuevamente después de ya unos nueve, diez meses desde la última vez aquí en Chiclayo”, dijo en su última homilía en la ciudad, el 11 de agosto de 2024, cuando ya había sido convocado por Francisco para asumir el Dicasterio para los Obispos.

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Los caminos de un misionero
 
En 1985, Robert Prevost llegó a Chulucanas. Había sido ordenado sacerdote tres años antes y ese sería su primer destino misionero. Allí, se desempeñó como vicario parroquial y luego como canciller de la Prelatura Territorial. Su llegada coincidió con años difíciles para el país. La violencia, la pobreza y el abandono estatal marcaban la vida de las comunidades que lo recibieron. Su tarea fue pastoral, pero también formativa: orientó a jóvenes agustinos en Trujillo y trabajó como profesor, vicario judicial y párroco.

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Durante su labor en el Perú, Prevost no buscó visibilidad. “Es un agustino muy, muy renombrado”, dijo el periodista Kurth Mendoza a RPP cuando fue designado obispo. Su trabajo discreto lo llevó a ocupar cargos de creciente responsabilidad. En 2014, Francisco lo nombró administrador apostólico de Chiclayo. Al año siguiente, fue confirmado como obispo de la diócesis. Obtuvo entonces la nacionalidad peruana.

Un legado entre Chiclayo y Roma
La figura de Prevost ganó peso dentro del Vaticano. En 2023, fue nombrado prefecto del Dicasterio para los Obispos, una posición desde la cual supervisó el nombramiento de prelados en todo el mundo. En paralelo, asumió la presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina. Su perfil técnico, con formación en matemáticas y doctorado en Derecho Canónico, y su dominio de múltiples idiomas, lo convirtieron en un puente entre Roma y América.

En su última homilía en la Catedral de Chiclayo, el entonces cardenal Prevost tomó como base la lectura de 1 Reyes 19, en la que el profeta Elías pide a Dios que termine con su vida. “El ángel del Señor, pues, llegó a Elías y le dio pan cocido, le dio alimento, le dijo come porque lo necesitas”, expresó. Desde el púlpito, dirigió su mensaje a los fieles: “¿Quién no ha escuchado algunas veces las burlas o críticas? ¿Por qué vas a la misa? Estás perdiendo tu tiempo ¿Por qué crees en Dios? Pero Jesús nos llama”.

El tono de esa homilía reflejó su estilo: directo, pastoral, centrado en la vida diaria de los creyentes. Habló de cansancio, sufrimiento, desánimo, pero también de comunidad y acompañamiento. “Aun cuando estamos cansados, quizás cuando estamos con mucho sufrimiento (…) Llega el Señor para darnos la fuerza que necesitamos y nos acompaña”, dijo. Y remató con un mensaje que todavía recuerdan muchos de los asistentes: “Que este pan que ha bajado del cielo sea de verdad para todos nosotros. Pues pan de vida que nos alimentará siempre para la vida eterna”.

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Antes de instalarse en Roma, Prevost también visitó Ferreñafe. En esa zona, conocida como la provincia ecológica del Perú, se consolidó su acercamiento a las comunidades rurales más alejadas. La pandemia no detuvo sus recorridos. Montado a caballo, llegó a centros poblados sin acceso vehicular para celebrar la misa o simplemente escuchar.

Sus recorridos por Motupe, Salas, Pítipo o el distrito de Manuel Mesones Muro, no figuraron en notas de prensa ni en boletines eclesiales. Pero en esos espacios fue donde se forjó la memoria que hoy recuerdan los fieles. “No le importaba si eran cinco o cincuenta personas. Llegaba, celebraba y conversaba con todos”, comentó un catequista de Incahuasi.

De aquel misionero con rostro extranjero y voz suave que llegó a Piura en los ochenta, hasta el pontífice que ahora dirige a la Iglesia católica desde el Vaticano, hay una continuidad marcada por el contacto directo con la gente. El Papa León XIV no dejó de mencionar sus raíces peruanas. En sus palabras finales en Chiclayo, reafirmó su vínculo con la comunidad que lo formó: “Sigan caminando”.

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