Opinión Alejandro Saravia 04/03/2021

Caballo de Troya

Hay un hilo conductor que une la reforma constitucional que el actual gobierno provincial pretende hacer, con los anteriores intentos hechos por los precedentes gobiernos justicialistas, inmersos todos en el régimen político que nos rige desde el advenimiento de la democracia, régimen que caracterizáramos alguna vez como de partido hegemónico.

El peronismo en nuestra provincia se apoderó del Estado y, desde 1983, no lo suelta. Eso, para contar desde que recobramos la democracia electoral.
Es una manera de afirmar, de parte de ellos, que la provincia es mía, mía, si quisiéramos parafrasear a Menem respecto de la Ferrari que le habían regalado como presidente de la República.
Hasta Perón ya lo expresaba: cualquier imbécil, decía, se puede hacer reelegir usando como instrumento al Estado. Es lo que en nuestra provincia se hace. Los de afuera, es decir la gran mayoría, son, somos, de palo. Y no me digan que elecciones son elecciones y que hay que ganárselos a los votos. Insisto: cualquier imbécil gana con el Estado en la mano. P
Hay una antigua leyenda griega con la que se podría graficar lo que pretendemos explicar. La del Caballo de Troya. Cuenta esta leyenda, recopilada por Homero en la Odisea, que los Aqueos, sitiadores durante largos nueve años de la ciudad de Troya sin lograr entrar en ella, que por idea precisamente de Odiseo, llamado también Ulises, imaginaron e hicieron un enorme caballo de madera dentro del cual ubicaron numerosos guerreros. Los troyanos creyeron que era un regalo de los dioses. Lo introdujeron a la sitiada ciudad, y de noche salieron los soldados aqueos, abrieron las puertas de la fortaleza y derrotaron a los troyanos.
De allí viene lo de Caballo de Troya como artilugio ingenioso que en su seno, ardidosamente, conlleva una trampa. De ahí viene también lo de “presente griego”, término que sirve para calificar un regalo que lleva en sí preocupaciones y perjuicios para el obsequiado o hasta su misma destrucción o muerte.
 Toda esta un tanto extensa introducción sirve para situar, histórica y políticamente, la cuestión que más preocupa al gobierno, mas no a la sociedad. Al gobierno preocupa la reforma constitucional, de allí lo de convocar a la legislatura a sesiones extraordinarias, aunque las circunstancias no la ubiquen como tal cosa extraordinaria sino como algo, quizás, baladí, a estar a las preocupaciones de la sociedad. A ésta, a la sociedad, preocupa la pandemia y la falta de vacunas. La lamentable logística que rodea esta especial maldición bíblica. Y es por eso que,  razonablemente, no se ocupa y menos preocupa por la reforma constitucional. Y por ello es que ésta es extemporánea, es decir, fuera del tiempo correspondiente. Una pandemia grave como la que nos afecta no es, por definición, un buen momento para redefinir el pacto que nos une. Por más promesas que se hayan hecho. Sería aplicable una palabra: necesaria ductilidad.
Es, lo podríamos denominar, una discusión bizantina, es decir, aquellas discusiones largas que enzarzan indefinidamente a sus participantes en largas diatribas sin sentido para el común de las personas.
Pero no sólo es bizantina, también nos trae, como dijimos, “un presente griego” o bien un Caballo de Troya, porque por tras de lo ingenuo de la limitación de las posibles reelecciones, que a todos les cae bien, existe la sempiterna pretensión de dejarlos para siempre a ESTOS jueces de Corte, amigos y, en definitiva, confiables, de todos los gobernantes que tuvimos en este muy largo e infructuoso cuarto de siglo.
No es la primera vez que intentan darles acuerdo eterno a estos jueces de Corte que les garantizan impunidad. Muchas veces ya hablamos de eso.  Acá sólo les reiteramos que no somos estúpidos ni imberbes. Que somos ya lechuzas cascoteadas, como dicen en el campo.
Lo de hoy se lo dejamos como una advertencia. Ni con el criollo ni con la alforja. No queremos Caballos de Troya ni presentes griegos. Queremos gobernantes que sepan qué hacer con lo que tienen en las manos. Ni más ni menos. Recuerden también aquello de que puede tronar el escarmiento.
 

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