Opinión Mario Ernesto Peña 15/10/2025

Nos vendieron por un almuerzo

Un encuentro improvisado en Washington terminó mostrando la sumisión de Milei ante Trump. Ni acuerdos, ni inversiones: solo obediencia y vergüenza nacional.

Nunca lo atendió en el Salón Oval. Lo trató como a un chepibe. Le dijo, en buen criollo: “Andá y hacé tal cosa. Si no, jodete”. Así, sin vueltas. En definitiva, le dijo a su propio pueblo que se cague de hambre, que no le importa un carajo.

Ese fue el mensaje. “Andá, volvé y deciles que si no ganás vos, no hay un mango. Deciles que lo digo yo”. Sin diplomacia, sin respeto. Como quien le da órdenes a un subordinado. Y nuestro presidente, en lugar de plantarse, obedeció.

Porque si uno tuviera dignidad, si uno representara de verdad a su país, frente a semejante atropello la respuesta debería ser sencilla: “Si esas son las condiciones, prefiero perder una elección antes que perder la soberanía”. Pero no. Prefirió sonreír y asentir.

El presidente vive en una fantasía. Es el chico que fue a Disney y volvió fascinado, contando lo que vio como si hubiera descubierto otro planeta. Lamentablemente, ese chico hoy gobierna la Argentina. Y no va a defender nuestros derechos ni nuestra soberanía. Si puede entregar, entrega. Si puede vender, vende. Porque no tiene pertenencia. No siente la tierra bajo sus pies.

Un mandatario con peso y respeto propio nunca habría permitido que Trump lo humillara así, y menos aún frente a todos. En cada pregunta, el expresidente norteamericano derivaba la respuesta a sus ministros o se reía. Fue un sainete. Una puesta en escena improvisada para lucimiento del magnate.

La prensa norteamericana ni siquiera se interesó por la Argentina. Solo una periodista de TN hizo una pregunta decente. El resto del tiempo, Milei fue un espectador, escuchando embobado cómo hablaba Donald Trump. Una hora de servilismo.

Lo más grave es que, en Estados Unidos, Trump tiene una imagen negativa del 70%. No es un líder respetado, sino un millonario con poder y un discurso vacío. Pero acá, como siempre, la guita manda. “Si gana Milei, les presto plata. Si no, olvídense.” Así, sin pudor.

¿Y el presidente? En vez de decir “no”, mandó un avión con todo su gabinete a buscar la plata. Creyó que volverían con los millones en el maletín. Pero regresaron con las manos vacías y la cabeza gacha. Porque no fue un viaje diplomático: fue un papelón.

Mientras tanto, los verdaderos intereses de Estados Unidos están claros: nuestras tierras, nuestro litio, nuestra energía, nuestro agua. Todo lo que la naturaleza no les dio. Y Milei está dispuesto a ofrecérselo, con moño y todo.

El mensaje fue claro: “Si no gana Milei, no hay más guita”. Señora, señor, si usted no lo vota, Trump no nos manda la plata. Como si nuestra soberanía dependiera de un capricho ajeno. Pero la verdad es que, gane quien gane, no va a haber un mango.

La única salida es la de siempre: salvarnos nosotros mismos. Trabajar, producir, defender lo nuestro. Porque los Macri, los Milei y los Trump pasarán, pero la patria —si todavía nos queda algo de ella— depende de que no nos sigamos arrodillando.

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