Nuevos protagonistas, misma grieta
No estamos en una crisis más de las tantas que nos azolaron en los últimos 40 años.
Estamos en una crisis tan tremenda que ha arrasado con los salarios, con el empleo, con la clase media y que ha dañado aún más a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Una crisis de heladeras vacías, de hijos que se van al exterior, de abuelos humillados, de padres deslomados para llegar al 15.
Pero esta crisis también se ha llevado consigo la esperanza y la alegría de los argentinos. Nuestro pueblo ha dejado de creer y vive lo más difícil que se puede vivir: el desamparo.
Nada de lo que viene es fácil. Probablemente el gobierno próximo a asumir enfrente uno de los peores momentos que recordemos. Los argentinos no necesitan salvadores milagrosos ni ajustadores seriales. Mas bien necesitan ser convocados por un sistema que los integre y los haga parte de la solución y no solamente del problema. Los argentinos necesitan que se les diga la verdad, saber que nada será fácil pero que si hacemos las cosas bien recuperaremos un rumbo, un camino para ir hacia adelante, para que regresen los que se fueron, para que los tachos de basura no sean la fuente de trabajo de muchos de nuestros hermanos. Los argentinos saben, y lo demuestran, que con el pasado no hay futuro.
No vamos a hacer un país olvidando nuestra historia. No vamos a hacer un país dividiéndolo en pedazos. No vamos a hacer un país si el motor es el odio.
Vamos a hacerlo con convicciones, con verdad, con esfuerzo.
El proceso de transformación y crisis del sistema representativo que vive el mundo, es mucho más profundo en Argentina, que le suma el contar con una institucionalidad muy baja, lo que nos pone en una situación de vulnerabilidad y fragilidad mayores.
En nuestro país la crisis de las principales fuerzas políticas se ha manifestado en elegir la lógica de la enemistad y la división como instrumentos de unidad y disciplinamiento interno de cada una. La cohesion interna de esas fuerzas es la enemistad con la contraparte y el rechazo a lo que cada una describe como Mal Mayor. Esto traerá consecuencias graves que serán difíciles de cambiar. Hoy los argentinos votamos por odio y no por esperanza. Hoy los partidos se apoyan en grupos de fanáticos, de odiadores. No son participativos porque nadie quiere participar en ellos. Cuando la política es sólo poder, deja de ser política.
El gran desafío, a mi juicio, es superar esa grieta sobre la base de una política de consenso, crecimiento, integración nacional, federalismo y vinculación activa con el mundo. Tenemos que establecer parámetros de convivencia diferentes y erradicar la dialéctica amigo-enemigo como lógica de construcción política.
No va a haber una transformación profunda en la Argentina si no emerge un nuevo sistema político que permita generar confianza. Construir una alternativa superadora a la confrontación iracunda y estéril, marginada del sentido común y de la inteligencia que nos demuestran que aún en los peores momentos, contamos con argentinos capaces dispuestos a hacer lo que no se hace y no hacer lo que se hace.
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