Opinión Armando Caro Figueroa 24/10/2023

El puma de Anta

El inclemente paso del tiempo tiende a borrar personajes, acontecimientos e incluso recuerdos que otrora movieron pasiones políticas en Salta.

Nadie, o casi nadie, recuerda hoy a nuestros últimos duelistas a sable o pistola que pretendieron lavar honores o cancelar disputas por la vía rápida. Nadie, o casi nadie, recuerda a nuestros grandes oradores fúnebres ni a los hombres y mujeres (en realidad, una mujer) que en los años de 1960 y 1970 lanzaron encendidas proclamas en el hoy deslucido recinto de nuestra Legislatura, cuando no en la Plazoleta Antofagasta, o en esquinas míticas como Florida y Mendoza, Pueyrredón y Paseo Güemes, o Leguizamón y Mitre.

Surgían allí ciudadanos de verba florida que se dirigían a los miles de oyentes que se iban arrimando al improvisado palco, atraídos por las bombas de estruendo que lanzaba el infaltable compañero OROPEZA, depositario de elementos litúrgicos que logró poner a buen recaudo sustrayéndolos a las furias del decreto 4161.

Pero quiero referirme hoy, concretamente, a un gran dirigente afincado en Anta que pronto adquirió notoriedad en la ciudad capital. Se trata, como no, de Eleodoro RIVAS LOBO, a quién sus admiradores llamaban cariñosamente el Puma de Anta o, sencillamente, “El Lolo”. 

Tuve oportunidad de conocerlo, hacia 1964 siendo él senador provincial que descollaba por su pulida oratoria que rivalizaba (si así puede decirse) con los discursos de colegas como Héctor Hugo HEREDIA (de Tartagal), Juan Emilio MAROCCO (de capital) o Julia Cuz de VAKULSKI (Rosario de la Frontera), y yo un curioso “abogado rojillo” recién egresado de la Universidad Nacional de Tucumán.

Fue un protagonista de no menos de dos décadas de la vida política salteña. Casi siempre estuvimos en posiciones encontradas, sin que -por largos años- hubiéramos tenido oportunidad de dialogar y reflexionar juntos. Creo que fue con el restablecimiento de la democracia, hace 40 años, cuando comenzamos a conocernos en las mesas del Hotel Premier, su domicilio en Salta, gracias a Luis García Vidal. 

Nació una relación estupenda. Dejamos atrás, con las imprescindibles autocríticas, antiguos enfrentamientos y desconfianzas. Construimos coincidencias interesantes, pero ya inocuas. Puedo decir que conocí a un brillante político, a un gran lector, a un caballero de fina estampa (creo que nunca dejó el traje ni la corbata) y a un conversador irónico e ilustrado.        

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