Opinión Antonio Marocco 07/09/2023

El valor de los años

Hay acontecimientos pequeños en la vida de las personas, a simple vista efímeros e intrascendentes, que muchas veces —con el correr de los años y las décadas— vuelven a la memoria activa, cargados de nuevos sentidos, lecturas y reflexiones.

Momentos que marcan transiciones, que imprimen nuevas perspectivas, que ponen hitos en la carretera del tiempo y terminan modificando la forma en la que percibimos su trazado.

Son momentos en los que, presas de la ansiedad propia de la juventud, no solemos reparar ni valorar con justicia hasta que a la distancia ponemos la lupa en los escaparates donde se apilan los años.

 Pienso por ejemplo en aquel que, cuando apenas poco más que adolescente, cobró el sueldo de su primer trabajo e invitó con orgullo a sus padres a tomar un desayuno en una confitería.

O en quienes vieron interrumpida la niñez frente a la muerte cercana y que, ante la toma de conciencia sobre la finitud de la vida, descubrieron que el mundo adulto implica lidiar con más tristezas de las que a simple vista se presume.

Pienso en aquellos jóvenes que se convirtieron en padres y que con tal milagro ya no fueron los mismos, porque ya nunca volvieron a pensar ni en las cuestiones más domésticas e inmediatas desde el egoísmo.

Recuerdo con ternura lo absoluto e intransigente de las convicciones que profesábamos; los credos subjetivos a los que nos aferrábamos, lo simple que parecía poder cambiar el mundo.

Lo pensábamos bien a pesar de aquellos que nos llevaban unos años, y aseguraban con templanza y experiencia que, en realidad, el mundo y todo es mucho más complejo que la esperanza, la voluntad y el deseo. Que a veces, es mejor mejorar de a poco que borrar todo y empezar de cero.

Me abordan estas reflexiones en los días en los que Néstor Salvador Quintana cumple 90 años. Y siento que ese aniversario es una oportunidad para conmemorar muchas más historias y acontecimientos que hacen a la historia de Salta y un poco a la historia de todos nosotros.

Ese radical empedernido, decano del periodismo del norte argentino, amigo de tantos y sobre todo buena persona, cumplió nada menos que 90 años. Fue mi maestro, ahora lo sé, durante tantos años en los que yo —iluso— me creía su colega. Compartimos las redacciones de El Intransigente y El Tribuno, y cuántas trincheras más que a las que nos convocaban en el territorio del periodismo salteño.

Es un honor siempre escucharlo en su estudio en el que se apilan los títulos, los libros, las fotos familiares, escudos radicales y retratos de Yrigoyen, Alfonsín o Arturo Illia. Néstor es uno de esos hombres que en cada encuentro te deja una reflexión profunda, valiosa e interesante, como un regalo implícito que te acompañará para siempre.

Marche para cerrar esta columna un abrazo para él y su familia, desde el afecto sincero de amigo y desde la gratitud perenne de quien intentó ser un buen alumno.

 

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