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El 17% de los adultos mayores en Argentina sigue trabajando a pesar de estar jubilado, según el INDEC. Especialistas advierten sobre la crisis del sistema previsional y el impacto de la vejez laboral.
Argentina05/10/2025
En la Argentina, jubilarse no siempre significa retirarse. De acuerdo con el último dosier estadístico que publicó el INDEC sobre personas mayores, el 17,1% de los adultos en edad jubilatoria sigue trabajando. La mayor actividad laboral se concentra en la franja de 60 a 74 años, mientras que se desploma a partir de los 75.
El fenómeno es complejo y tiene múltiples caras. Por un lado, la urgencia económica: uno de cada diez adultos mayores carece de cobertura previsional y, entre quienes acceden a una jubilación, los haberes resultan insuficientes para cubrir el costo de vida. A eso se suma una brecha de género persistente: las mujeres perciben, en promedio, un 27% menos que los varones.
Pero no todo es necesidad. También hay quienes eligen continuar: profesionales que mantienen su práctica, docentes que siguen enseñando o emprendedores que se niegan a soltar su proyecto. En esos casos, el trabajo no es una condena sino un sostén de identidad, vínculos y sentido de utilidad.
En diálogo con TN, el equipo de psicología del Centro de Cuidado Hirsch describe esta doble cara: “La jubilación es un derecho adquirido, pero no garantiza condiciones económicas dignas. Para muchos, la continuidad laboral es la única salida. Sin embargo, también hay personas que deciden seguir trabajando porque les da placer, les mantiene la rutina y les permite sentirse útiles”.
La diferencia es decisiva. “Cuando el trabajo es una elección, puede tener efectos positivos en la salud física y emocional. Estimula la mente, favorece los lazos sociales, aporta propósito. Pero cuando se convierte en una obligación para sobrevivir, lo que aparece es desgaste, angustia y cansancio mental”, advierten.
El contraste se refleja en los datos del INDEC: tanto en los hogares más pobres como en los más ricos, la tasa de trabajo en la vejez es mayor que en los sectores medios. En los primeros, por necesidad; en los segundos, por elección profesional.
La estadística se humaniza en la voz de quienes viven la jubilación sin retiro. Ángela tiene 69 años, es docente jubilada y sigue dando clases particulares en su casa de Villa Devoto. “Mi jubilación es baja y la plata se va en remedios, comida y cosas de primera necesidad. Pero además me gusta enseñar. Me mantiene viva la cabeza. Cuando un chico entiende algo gracias a mí, siento que todavía tengo mucho para dar”, cuenta.
Muy distinto es el caso de Héctor, un exempleado de comercio de 73 años que hoy cubre turnos en un estacionamiento de Caballito. “Con la mínima no me alcanza para el alquiler. Trabajo hasta la madrugada parado y con la espalda hecha bolsa. No lo hago por gusto, es cuestión de sobrevivir. La jubilación sola no me da ni para pagar remedios”.
Por su parte, Norma es abogada tiene 76 años y decidió mantener activo su estudio jurídico. “Podría retirarme, pero no quiero. Mis colegas me dicen que tengo energía de sobra. Para mí, el trabajo es parte de mi identidad. No es una carga, es mi manera de estar en el mundo”.
El sociólogo Manuel Zunino, director de la consultora Proyección, interpreta el fenómeno como un síntoma social: “Que uno de cada seis jubilados siga trabajando nos habla de un sistema previsional debilitado y de un contrato social roto: trabajar ya no garantiza una vida digna”.
Zunino agrega que no se trata solo de economía, sino también de valores colectivos: “No es digno trabajar en la vejez excepto que sea por elección. En la Argentina, existe un consenso amplio en que el verdadero derecho es poder descansar después de décadas de esfuerzo. Naturalizar lo contrario es legitimar la precariedad”.
El sociólogo advierte además sobre las desigualdades que atraviesan al fenómeno: “Las clases populares trabajan en la vejez porque no tienen otra opción, en condiciones precarias. Los sectores altos lo hacen en roles elegidos, con mayor autonomía. Las mujeres, además, cargan con jubilaciones más bajas y con tareas de cuidado invisibilizadas”.
Más allá de las experiencias individuales, el fenómeno se enmarca en un problema estructural. El exministro de Trabajo bonaerense Marcelo Villegas lo explica: “El sistema previsional de reparto fue diseñado para una época en la que la expectativa de vida era mucho menor. Hoy los argentinos viven en promedio hasta los 80 años, y el equilibrio entre aportantes y beneficiarios está quebrado. El resultado es un sistema deficitario, con jubilaciones bajas y alta demanda de salud pública”.
Villegas advierte que se necesitan reformas profundas en tres frentes: impositivo, laboral y previsional. “Primero hay que generar inversiones y empleo formal para aumentar la base de aportes. Segundo, simplificar las leyes laborales para reducir la informalidad, que hoy supera el 35%. Y tercero, discutir un rediseño jubilatorio que contemple la mayor longevidad”, sostiene.
Un dato clave: muchos trabajadores llegan a la edad de retiro con aportes incompletos. Las moratorias previsionales permitieron que accedieran a una jubilación, pero con haberes muy bajos. “Las moratorias ayudan a contener, pero generan jubilaciones mínimas que obligan a seguir trabajando igual”, resume el exfuncionario.
El dilema no es exclusivo de la Argentina. En América Latina, países como Chile, Perú y México muestran tasas similares o incluso más altas de adultos mayores que trabajan después de jubilarse.
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El debate sobre la jubilación sin retiro abre una pregunta de fondo: ¿qué significa envejecer con dignidad en una sociedad que envejece rápidamente? Según las proyecciones del INDEC, en 2050 los mayores de 60 años representarán casi el 25% de la población.
“Estamos ante un escenario donde se entrecruzan la crisis económica, la precarización laboral y la falta de reconocimiento al valor del descanso”, sintetiza Zunino. Para el sociólogo, la clave está en no confundir los planos: “Está muy bien que alguien quiera seguir trabajando a los 70 si lo disfruta. Lo preocupante es que la mayoría lo hace porque no le alcanza para vivir”.
En la misma línea, desde el Centro Hirsch remarcan la necesidad de generar alternativas: “El trabajo puede ser fuente de bienestar en la vejez, pero no puede ser la única tabla de salvación. La sociedad debe ofrecer espacios culturales, comunitarios y de participación que no dependan solo del mercado laboral”.
La jubilación sin retiro es, en definitiva, un espejo de la Argentina actual: muestra los límites de un sistema previsional en crisis, las desigualdades persistentes y la tensión entre la necesidad de subsistencia y el deseo de seguir activos.
Las historias de Ángela, Héctor y Norma ilustran que envejecer trabajando no significa lo mismo para todos. Para algunos es oportunidad; para otros, condena.
El desafío es colectivo: garantizar que jubilarse vuelva a significar descansar, y que quienes quieran seguir trabajando lo hagan por elección, no por obligación. Porque envejecer con sentido debería ser un derecho, no un privilegio.
Con información de TN

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