
Tal como venimos insistiendo desde hace tiempo en estas columnas, en momentos de crisis la centralidad de la política pasa por el Congreso de la Nación. Allí se debate el presente y el futuro de la Argentina.
Las turbulencias que generan las reiteradas crisis que vivimos debieran recordarnos que alternativa superadora que necesitamos es ver a Argentina por afuera y por arriba de lo que se ha dado en llamar últimamente la “casta”, como definición despectiva de la clase política.
Opinión22/07/2024 Juan Manuel UrtubeyLa mirada de la política es por el espejo retrovisor, hacia un país que ya no existe.
Es cierto que mirar hacia atrás sirve para aprender y no cometer los errores y horrores del pasado. Pero los argentinos ya hemos vivido demasiado en una retrospectiva infinita y podemos ver los resultados. Si no salimos hacia adelante ahora, ¿cuándo?
Para el mundo de la política el negocio es confrontar, olvidan que el deber es construir.
Ni la irresponsabilidad populista ni el liberalismo improvisador.
Argentina necesita andar un camino que sólo mire hacia el futuro.
Construir en vez de confrontar. Ya basta con mirar hacia la Argentina que fue y empecemos a ver la Argentina que viene.
Es de buena gente esperar que al gobierno le vaya bien, pero también es razonable tener claras diferencias y decirlo.
Desear y promover que al gobierno le vaya mal es la lógica malsana de fomentar la grieta. Si lo que el gobierno hace está bien, hay que acompañar. Si sé que lo hace está mal, hay que decirle “así lo haríamos nosotros”.
La opción necesariamente debe ser transformadora, horizontalizando la conducción a través de un colectivo de pensamiento donde las ideas suplanten a los personalismos.
El camino no es llegar al poder para intentar cambios sino para generar transformaciones.
El cambio es un buen recurso electoral. Una curita para un raspón, pero no una cirugía para reparar una gran herida. Por eso el cambio no nos va a devolver la esperanza ni la prosperidad.
Una transformación como la que necesitamos implica ir a las raíces, escarbar, encontrar el origen de nuestros errores y desencuentros, y enfrentarlos de una buena vez y para siempre.
Aun con buenas intenciones, lo que hace el gobierno no le alcanza a los argentinos, porque, por definición, no los incluye.
La transformación es otra cosa: transformar es un proceso profundo que implica ir al origen de nuestros dolores y desencuentros, y enfrentarlos de una buena vez y para siempre.
Buscar una transformación que toque el alma de la gente, que cure heridas, que cierre brechas, que nos permita aceptarnos sin excepción, que nos devuelva la decencia, que piense a 5, 10, 20, 50 años.
Para Argentina, necesitamos una transformación que le permita al argentino reencontrarse con las certezas.
Transformar es transformar culturas: la cultura de la prebenda por la cultura del trabajo, la cultura de la corrupción por la cultura de la honestidad, la cultura del egoísmo por la cultura de la solidaridad, la cultura del despilfarro por la cultura de la sensatez, la cultura de la confrontación por la cultura del encuentro.
No hay otra forma de transformar Argentina que transformando a los argentinos. Y no hay otra forma de transformar a los argentinos que empezar Igualando hacia arriba.
Igualar hacia arriba no es sacarle los patines a quienes los tienen y avanzan más rápido, sino ayudar a que todos los tengan. Igualar hacia arriba es el primer paso para cerrar La Grieta.
En Argentina hay un estado de grieta permanente que ya ha dejado de ser un feroz fenómeno sociológico para convertirse en un feroz modo de vida.
La Grieta es la perversa idea de un país permanentemente en guerra consigo mismo, habitado no por hermanos y ni siquiera por compatriotas, sino por eternos vencedores y vencidos.
La grieta no se origina en que el otro tenga una convicción distinta, sino en la convicción de que debemos odiarlo por ello.
La crispación y la infelicidad cotidiana del argentino, resultan menos de sus carencias materiales que de una carencia que le carcome el alma: la ausencia de certezas.
La grieta no se cierra con tolerancia sino con aceptación.
Lo que hay que garantizar es la previsibilidad, porque ser un país previsible es ser un país donde la gente vive con certezas. Y ésa es la única forma de devolverle la esperanza a la gente.
La Argentina previsible es una Argentina productiva, competitiva, tecnológica, profundamente federal, justa para todos y socialmente sustentable.
Tal como venimos insistiendo desde hace tiempo en estas columnas, en momentos de crisis la centralidad de la política pasa por el Congreso de la Nación. Allí se debate el presente y el futuro de la Argentina.
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