Notas sobre el sargento Lucas Mallea

Lo que vivió en Payró y Lugones, Barrio Gaona, Moreno (PBA)

Opinión31/05/2023 Miguel Antonio Medina

columnas (75)

El pasado domingo 21 de mayo, aproximadamente a las 20:30, el sargento de la bonaerense, Lucas Mallea, con destino en la comisaría de Ituzaingó, circulaba junto a su novia en una moto de color rojo por las calles de Moreno, el barrio en el que vive. Al llegar a una de las paradas seguras para micros, en Payró y Lugones, fueron interceptados por otra moto de color azul en la que viajaban dos personas de sexo masculino, que se pusieron a la par. La que viajaba en el asiento de atrás, luego identificado como Andrés Carbonel, les exhibió lo que parecía ser un arma de fuego, por lo que Mellea detuvo su marcha.

Tanto él como su novia se bajaron de la moto y se alejaron, Mallea hacia la calle y la mujer, hacia la vereda de la parada. Carbonel subió a la moto y colocó las manos en el manubrio. No llegó a ponerla en marcha, porque el policía ya había sacado un arma que llevaba entre sus ropas, se puso en posición de tiro, apuntó y empezó a disparar.

La filmación de las cámaras de seguridad muestra parte de la secuencia posterior. Pareciera que Carbonel no sólo oyó los disparos sino que recibió uno de ellos mientras todavía estaba en la moto, que arrojó para intentar escapar. Ya no se lo ve a él. Sí se ve que el policía sigue haciendo otros disparos, cuatro de los cuales impactaron en la espalda del ladrón, que cayó muerto en la calle, fuera del alcance de la cámara de seguridad. En conclusión, el arma del policía era apta para el disparo y él la sabía usar, con buena puntería, acertando varias veces en un blanco móvil, con luz artificial.

La primera respuesta del fiscal de la causa, Gabriel López, de la Unidad Funcional de Instrucción de Moreno-General Rodríguez, fue pedir la detención de Mallea y el secuestro del arma empleada, una pistola nueve mm y acusarlo de homicidio agravado por el uso de arma de fuego y por ser efectivo de una fuerza de seguridad. Menos de dos días después, modificó ese criterio; el hecho pasó a ser homicidio en exceso de la legítima defensa y pidió la libertad del policía.

Apenas conocido el hecho la grieta se manifestó una vez más. De un lado se colocaron los que pensaban que el policía hizo bien en defenderse; del otro, los que pensaron que bastaba con un disparo que neutralizara al ladrón y que una vida humana era más valiosa que una motocicleta. Rápidamente hubo quienes relacionaron este caso con su postura de armar a la población civil, como respuesta a la inseguridad que se vive en el país y en especial, en el conurbano bonaerense. Del otro lado, se pidió despolitizar el caso y diseñar una política seria contra la inseguridad.

Tal como decía el viejo Sherlock Holmes a su alter ego, el doctor Watson, el diablo está en los detalles. Ya se dijo cuál fue el arma empleada por el policía. Falta decir cuál era el arma atribuida a Carbonel: junto a su cadáver, los investigadores encontraron dos caños soldados y atados con cinta, con los que aparentemente simulaba tener una. Si esto fuera así, lo que más intimidó a las víctimas fue que sus victimarios circulaban en una moto; es muy probable que mediaran palabras intimidantes, para obligarlos a detenerse. Armas, en sentido propio, parece que no hubo. Hubo algo que parecía serlo, pero no lo era.

Los fiscales y los jueces penales, y los defensores penales, saben qué es lo que se precisa para decir que se ha obrado en legítima defensa de la persona o de sus derechos. También saben cuándo lo que empezó siendo legítimo deja de serlo y pasa ser un exceso o un delito concreto, en este caso, el del homicidio agravado. Tienen en claro que tanto ésta como toda otra causa de justificación, el estado de necesidad, por ejemplo, son permisos excepcionales que el Estado concede a los ciudadanos, para que llegado el caso, puedan hacerlo que el mismo Estado, en ese momento, no llegará a hacer.

No se trata de dejarse robar. No puede ser lo mismo tener una moto que perderla en un robo. Lo que faltó en este caso fue la ponderación de la necesidad racional del medio empleado para afrontar la agresión. Si Carbonel estaba desarmado, una voz de alto o un disparo al aire podrían haber sido suficientes para hacerlo huir corriendo del lugar. El calor del momento pudo justificar un disparo no letal a alguna parte del cuerpo y así impedir que huyera. Un buen tirador, como parece ser Mallea, estaba calificado para hacerlo.

En un momento de extrema tensión como el que se vive en nuestro país, deben medirse las palabras, incluso las que se publican en forma anónima en las redes sociales. No ayuda exaltar lo que parece un exceso ni destacar que haya un ladrón menos. Mucho ayudaría saber que alguien, en algún lugar, está escribiendo los borradores de un plan de seguridad integral para la Argentina. Más precisamente, el primero de todos los tiempos.

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