Opinión Miguel Ángel Cáseres 11/07/2022

Desmemoria e ingratitud III

 En la historia del tablero político del país existen muy pocos conservadores populares que hayan obtenido reconocimiento masivo, en el sentido de su trascendencia. Uno de ellos es Juan Manuel de Rosas quién, a su vez, es otra muestra de la profundidad de la grieta que afecta a los argentinos desde el inicio de su acontecer, teniendo en cuenta incluso la famosa “Zanja de Alsina” que pretendió construirse, por idea de Adolfo Alsina, entre 1876-1879, bajo la dirección técnica del ingeniero Alfredo Ebelot con una extensión ideal de 600 Km. con tres metros de boca por dos metros de profundidad, un parapeto de un metro de alto por cuatro metros y medio de ancho con la construcción complementaria de fuertes, para evitar el accionar de los pueblos ancestrales.

       Manuel Gálvez afirmó Rosas divide al país, en dos grandes bandos enemigos y que hay que comprenderlo, porque es el más serio problema que nos divide. 

      Como siempre, a los inventores de la grieta nacional, no les caen bien los “ovejas negras”, los que, provenientes de corral propio, saltan la cerca para aproximarse al pueblo. Es para ellos error imperdonable, lindante con la traición, y hacen tronar el escarmiento. En el caso del Brigadier General, el resentimiento y el odio quedaron explícitos. La intencionalidad difamatoria se evidencia en los argumentos de los participantes en el debate desarrollado en la cámara de diputados el 1 de julio de 1857 que sancionó un proyecto de ley en el cual se calificó a Rosas de «reo de lesa patria» y se declaró la competencia de la justicia de los tribunales en el juzgamiento de los delitos ordinarios endilgados a Rosas.

      La sentencia del juez Sixto Villegas, confirmada por la Cámara de Apelaciones y el Superior Tribunal, fue la siguiente: por tantos y tan horrendos crímenes comprobados contra el hombre, contra la patria, contra la naturaleza y contra Dios. En cumplimiento de las leyes, en nombre de las generaciones que pasan y piden justicia y en nombre de las generaciones que vienen y esperan ejemplo. Condeno, dijo el juez, como debo, a Juan Manuel de Rosas a la pena ordinaria de muerte, con calidad aleve; a la restitución de los haberes robados a los particulares y al fisco y a ser ejecutado día y hora que se señale, en San Benito de Palermo, último foco de sus crímenes. 

      El diputado Nicanor Albarellos, uno de los varios que se expresaron en el citado debate, dijo que ese tirano, bárbaro y cruel, no era considerado lo  mismo por las civilizadas naciones europeas, y era necesario marcar, con una sanción legislativa, declarándolo reo de lesa patria para que quedara marcado ese punto en la historia, y que el tribunal más potente, que era el tribunal popular, la voz del pueblo soberano, representado por ellos, lanzara al monstruo  el anatema. Afirmaba que juicios, como  éstos,  no debían dejarse a la Historia. Se preguntaba qué se podría decir,  en la historia justamente, cuando se viera que las naciones más civilizadas del mundo lo consideraban un ser digno de tratar con ellos. Qué decir, si Inglaterra le había devuelto sus cañones tomados en acción de guerra, y saludado su pabellón  sangriento y manchado con sangre inocente con la salva de 21 cañonazos. Sería un gran contrapeso, si no se emitiera este fallo. 

      Agregaba, que la misma Francia iniciadora de la cruzada en que figuraba el General Lavalle, a su tiempo, también lo había abandonado, trató con Rosas y saludó el pabellón con 21 cañonazos. Prevenía que esto borraría, en la historia, todo  lo que se pudiera decir de malo sobre su persona. Y dio a conocer, a toda voz, su propuesta: ¡lancemos sobre Rosas este anatema, que ha de ser dudosa siempre su tiranía y también sus crímenes, sino cuando se diga que este  hombre contribuyó con sus glorias y talentos a dar brillo a ese sol de Mayo, cuando se diga que el general San Martín, el vencedor de Los Andes, el padre de las glorias argentinas, le hizo el homenaje más grandioso que puede hacer un militar legándole su espada, ¿Se verá a este hombre, Rosas, dentro de veinte o cincuenta años, tal como lo vemos nosotros a cinco años de su caída, si no nos adelantamos a votar una ley que lo castigue definitivamente con el dicterio de traidor? No señor, no podemos dejar el juicio de Rosas a la Historia, porque si no decimos desde ahora que era un traidor, y enseñamos en la escuela a odiarlo, Rosas no será considerado por la Historia como un tirano, quizá lo sería como el más grande y glorioso de los argentinos. 

      Para muestra vale un botón. Increíble el nivel y contenido de lo que forma parte de lo actuado, en algunos períodos, de la rica historia del hemiciclo legislativo nacional. El diputado olvidó decir que fue Rosas quién, el 11 de junio de 1835, firmó el Decreto 2468 y estableció que, a partir de entonces, el 9 de julio debía ser reputado en igual consideración que el 25 de mayo y el Tedeum en acción de gracias al Ser Supremo por los favores que dispensó en favor en el sostén y defensa de nuestra independencia política. Dejando sin efecto el Decreto del 6 de julio de 1826, emitido por Bernardino Rivadavia.

      Luego de la caída de Rosas, el Caserón de Palermo, orgullo del Brigadier y de la Confederación Argentina, sufrió sucesivos cambios hasta su demolición en 1899. El intendente Adolfo Jorge Bullrich, creador de la Casa Bullrrich, quien ejerció el cargo durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, entre 1898 y 1902, ordenó que la Casona fuera dinamitada. El derribamiento fue concretado a las 00 hora del día 3 de febrero de 1899, pues Bullrich quería que coincidiera con tal fecha “de modo que el sol de Caseros no alumbre más ese vestigio de una época luctuosa y que fue la morada del tirano…ninguna razón habría para empeñarse en mantener en pie una construcción vulgar…cuya vista solo remueve memorias de sangre, de crimen y de opresión y barbarie. Abajo pues el odioso baluarte del más cruel de nuestros caudillos” publicaba el Diario “La Prensa” en sus ediciones del 14 y el 26 de enero de 1899.

      La decisión de Bullrich fue fríamente calculada, fundada en razones políticas, proselitistas y demagógicas. Eligió la medianoche, para que las luces eléctricas que comenzaban a verse en Buenos Aires se mezclaran con las explosiones luminosas de la dinamita, a modo de luces y fuegos de bengala resplandecientes propios de un festejo, mientras la Casona volaba en mil pedazos. La triste ceremonia concluyó con la invitación a los asistentes a un asado y cerveza hasta la mañana siguiente. El intendente fue muy criticado por tal decisión, hasta por las propias autoridades y políticos del momento como Mitre, Sarmiento y Avellaneda que también aborrecían a Rosas. 

      En este tenor también se expresó José Seferino Álvarez Escalada, conocido bajo eL Pseudónimo de ”Fray Mocho’“, en Caras y Caretas – Nro. 18 del 4 de febrero de 1899 donde dice que Bullrich “…empleó la piqueta de sus peones en demoler un viejo edificio, sugestivo y típico, sin razón, sin motivo y solo inspirándose en rancias preocupaciones. Es lapidario. Lo tilda de burro, mercantilista e ignorante. A los pocos días de dinamitarse la casona, fue contratado el arquitecto y paisajista Carlos Tahys para remodelar ese enorme espacio verde y hacer, a imagen de París, los parques y jardines que hoy son conocidos. Juan Manuel de Rosas fue al único a quien se le confiscaron sus propiedades después de su derrota militar, en Caseros.

                                                     

                                                      Muchas gracias–Hasta la próxima

                                                              Miguel Ángel Cáseres

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