Opinión Pablo Borla 06/07/2022

Productores de crisis

Si bien no andamos muy bien en otros rubros, Argentina, por historia, tradición y constancia, está posicionada como uno de los principales países productores de crisis.

Como en aquella tira de Mafalda, del gran Quino, en la que la niña dice, mientras se señalaba la cintura, “Yo era así y ya oía decir que el país estaba en crisis…”, Luego, “Ya voy por acá y sigo oyendo decir que el país está en crisis”, marcando con la mano su estatura. Y se preguntaba: “¿La crisis tendrá hormonas de crecimiento para llegar hasta dónde?”.

Es casi un vicio. Un pésimo vicio, podemos estar de acuerdo. De esos difíciles de dejar. La falta de crisis nos generaría una especie de síndrome de abstinencia, que se ha ido heredando, generación tras generación, con una tenacidad de persistencia que supera a la que tienen la altura o calvicie de nuestros padres y abuelos.

Los argentinos desarrollamos reflejos condicionados ante las crisis financieras: compramos dólares y gastamos los pesos que haya- si tenemos la dicha de poseerlos- en productos no perecederos o ropa o tecnología, antes de que no valgan ni el papel en el que están impresos.

Cristina Fernández dijo que Brasil, que tuvo más crisis que Argentina, tiene una población que piensa en reales y no en dólares. Es cierto, pero un país se gobierna desde lo que sus habitantes son y no desde lo que debieran ser.

Porque algunas cosas aprendimos, de puro escucharlas desde niños o por haber pasado malas experiencias y, en ello, ningún partido o coalición que haya logrado llegar al poder puede hacerse el distraído: tuvimos crisis peronistas, radicales, aliancistas. Somos ambidiestros a la hora de generar crisis, un talento con las dos piernas, que ya quisiera Messi, nada más que para complicarla, para patearla afuera, para desaprovechar las oportunidades sin arquero y frente a los tres palos.

Pedimos ayuda a Dios, y parece que nos dice: “Ayudate. Mirá el hermoso país que te di”. Como dicen los viejísimos versos: “Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos. / Que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos”. Es la realidad que supimos construir. Concreta, implacable.

Así que, de esta situación, como de tantas otras, deberemos salir por nuestra cuenta. Posiblemente aún más que en otras oportunidades, porque el mundo, tras una pandemia y con una guerra, “Es ancho y ajeno”, como dice la novela de Ciro Alegría.

La crisis financiera que transcurrimos y que vaciará los bolsillos de los que siempre soportan el peso de ellas, es, como la mayoría de las anteriores, de origen político y no económico. Es hija de una separación de hecho y no de un divorcio, porque los padres aún no se animan a dar ese paso, en espera de parir una elección que se viene gestando y en la que algunos piden adelantar el parto, ir a la cesárea y sin anestesia, así pueden gobernar los que también son padres de la criatura. Porque en esas extrañas concepciones contra natura, también ellos ayudaron a engendrarla y acompañan el embarazo, haciéndose los que no tienen nada que ver.

Silvina Batakis, la segunda mujer en la historia nacional en ser ministra de Economía, viene a hacerse cargo del lío. Cristina Fernández dijo en el acto de defunción de Guzmán que siempre son las mujeres las que están poniendo el cuero, allí donde hay necesidad y dolor, refiriéndose a los comedores y merenderos. Pero es cierto y justo que no es en el único lugar en el que las mujeres se hacen cargo. Ejemplos tengo muchos, pero son de dominio público y no hace falta el detalle.

La designación de Batakis fue una buena noticia para los gobernadores, cuya teórica Liga venía en protesta, harta de pedir soluciones que no se concretaban; colmados de palabras y breves besos, pero carentes de la prueba de amor definitiva, de un federalismo que se declama, pero no se ejerce.

En ella, ven a alguien que se mantuvo en contacto; que fue auspiciante del diálogo e intermediaria a la hora de que las demandas de obras lleguen a quien debían llegar.

Es un triunfo para los líderes de las provincias, a los que el Gobierno Nacional no quiere tenerlos lejos, cuando los números electorales son tan finos.

Los mercados -y las fuerzas que operan detrás de ellos, moviendo los hilos de las crisis con apenas un gesto millonario que complica las finanzas- juzgarán lo que les conviene y la enorme mayoría de los argentinos seguiremos rehenes de sus intereses.

Pensándolo mejor, tal vez rezar sí funcione y podemos ayudar desde Salta, adelantando la procesión del Milagro para que el tembladeral afloje y no queden solamente ruinas para administrar.

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