Opinión Miguel Antonio Medina 30/08/2021

Señales

Ausentismo y voto en blanco

El origen de esta nota está en una pregunta que me hicieran, en un mensaje que recibí en mi teléfono móvil: ¿hay un valor de voto en blanco que declara nula una elección? Minutos después, el contenido del mensaje fue precisado: si el valor del voto en blanco supera otro preestablecido, ¿debe hacerse nuevamente la elección?

         El oyente o el lector no tendrá inconvenientes en entender que, cuando en las preguntas se dice “valor”, quiere decirse “porcentaje”, porque de eso se trata. Es probable que comparta mi respuesta negativa a las dos preguntas, porque toda elección se define por los votos emitidos a favor de cierto candidato/a, sin importar a esos fines los votos que no se emitieron, ni los que se emitieron en blanco. 

         Ha pasado la elección provincial de medio término, pero todavía quedan otras dos en el calendario: las PASO y las legislativas nacionales, en septiembre y noviembre, respectivamente. Eso es lo que justifica repasar algunos conceptos claves del sufragio, en el sistema electoral argentino. 

         Ese sufragio tiene tres caracteres básicos: es universal, secreto y obligatorio. Universal, porque todos los ciudadanos, de una edad mínima, pueden elegir y ser elegidos. Universal, porque está prohibida toda exclusión de electores de los padrones, fundada en raza, ideología, patrimonio, nivel de educación, etc. 

         Secreto, porque el voto no se emite de manera abierta o pública. Para lograrlo, el sistema electoral deberá garantizar que así sea. 

         Es obligatorio porque el elector, por el sólo hecho de serlo, está obligado a hacer su parte en la función estatal de elegir a quienes lo representarán, como producto de su voluntad libremente ejercida. Si es obligatorio, como principio no es excusable y su incumplimiento puede ser sancionado: puede ser mediante multas, con sanciones administrativas para los empleados públicos, o haciendo públicas las inasistencias al acto eleccionario, con el propósito de una condena social. 

         Esto que decimos es comprensible. Todo sistema electoral trata de reducir al mínimo posible el abstencionismo y su consecuencia, que es la deslegitimación de las bases mismas de la pérdida de representatividad de quienes resulten elegidos. 

         Los electores, entonces, pueden decidir no ir a votar al establecimiento que les ha sido asignado; o bien, pueden ir y votar en blanco. Son actitudes parecidas, pero diferentes. Quien decide no ir a votar, por su propia decisión, no quiere ni necesita justificarlo. En general, asume las consecuencias: ser multado, sancionado, etc. Se convierte, por una vez o de manera constante, en un outsider electoral.

         En cambio, el elector que llega al lugar asignado, hace la fila, aguarda su turno y finalmente, vota en blanco, lo hace por otros motivos. De una lista más extensa, ciertos sondeos indican los siguientes: porque cree que ninguna de las ofertas electorales merece su voto; porque cree que, cualquiera sea el resultado de la elección, nada cambiará; porque, desde la última vez que fue a las urnas, en 2.019, todo ha cambiado, para mal; porque está enojado y desencantado con el sistema en general. 

         El contexto en que se vota también influye. Cómo negar que lo hace, al menos respecto de las dos clases de electores, la ponderación negativa de las decisiones que se tomaron respecto de la pandemia; lo mismo pasa con la valoración pesimista de la situación de la economía del país; y con las consecuencias físicas y mentales que la pandemia ha dejado en su propio caso o en algún pariente o conocido, que ya no está. 

         Esa carga negativa tuvo como consecuencias que, según mis fuentes, altamente calificadas, el voto en blanco en elecciones legislativas viene creciendo desde 2.017 hasta la reciente elección: hubo 21.764 votos en blanco en el primero de esos años y 26.931 en 2.021. 

         En mi modesta opinión, el principal problema del sistema es el ausentismo.     En las elecciones de 2.017 no fueron a votar 270.332 electores; en las de 2.019, 310.226; y en las de este mes, 421.529.

         ¿Cuántos electores votaron?: lo hicieron 631.006 ciudadanos/as. Se dirá que éstas fueron elecciones legislativas, de medio término; que se votó en pandemia; que el riesgo de ir a esperar para votar era menor que las eventuales sanciones que pudieran recibirse, etc. 

         Como la única verdad es la realidad, si se quiere más participación de los electores, si se pretende disminuir el voto en blanco, si se dice que hace falta más democracia, lo primero que debe hacer todo dirigente político es mirar hacia adentro de sí mismo y a la estructura más o menos importante en la que se insertó su candidatura. 

         Es probable que si lo hace, encontrará más motivos para explicar el ausentismo y el voto en blanco. Pero en los dirigentes que abrazaron la política como una vocación, se gane o se pierda, habrá un impulso vital para superar este mal momento y empezar el largo proceso de reconstrucción de las dirigencias, de los partidos políticos, de los buenos ejemplos, de las buenas prácticas para mostrar con humildad a todos. A quienes los apoyaron con su voto y a los que no. A los que ni siquiera fueron a votar. Y a los que votaron en blanco. 

         A quienes no fueron a votar, deberá recordárseles que no cumplieron con la parte de la ley electoral que prevé la obligatoriedad del sufragio. El ausentismo no soluciona todos los problemas que a diario tenemos. Por el contrario, ya es un nuevo problema.

         Menos retórica y más acción. Más austeridad que marketing electoral. Más humildad y menos arrogancia ni autosuficiencia. Menos ilusiones sobre la representación política, que siempre es misteriosa. La política no es un debate doctrinario. Antes bien, es un mano a mano permanente con los electores.

 En el mismo sentido, incluyo una cita textual de las palabras de un gran constitucionalista argentino, Jorge Reynaldo Vanossi: “…en los regímenes que menor derroche doctrinario hacen en torno a la representación, es mayor el consenso sobre ella y sus alcances; mientras que en los sistemas políticos más altamente esclarecidos por la discusión acerca del perfeccionismo representativo, cabe observar un alto índice de indiferencia popular ( no de rechazo) sobre la práctica regular y continua de los métodos representativos. Parece una paradoja (que también las tiene la ciencia política)” – está en su obra “El Misterio de la Representación Política”, página 130; Ediciones América Actual; Buenos Aires, 1.972-. 

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