Libertad
“Hemos ido a una elección, hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie, porque todos hemos recuperado nuestros derechos”. Cuarenta y dos años después, esta expresión sigue siendo una síntesis de lo que quizás la historia argentina reconozca como una gesta que cambió el camino ignominioso por el que transitaba la vida institucional, alternando gobiernos democráticos con dictaduras cívico militares.
Así describió Raúl Ricardo Alfonsín el reconocimiento de su triunfo electoral en la noche del 30 de octubre de 1983. Quedaban atrás 7 años de silencio y de cercenamiento de derechos humanos básicos, impuestos por un gobierno de facto.
Vale no olvidar ese punto de partida, especialmente en momentos como los actuales en que las dificultades económicas y sociales hacen perder de vista circunstancias más crueles, como las de no tener derecho a ser artífices del propio destino. Con la sabiduría de un demócrata, el electo presidente pudo compartir su emoción con millones de argentinos que espontáneamente se volcaron a la calle en cada punto del país, entendiendo que terminaba una larga noche.
Un breve mensaje marcó los aspectos sobresalientes del proceso que desembocó en que las urnas se abrieran para habilitar la opción de los argentinos. Y lo dijo Alfonsín cuando subrayó que fue la participación de la ciudadanía en su conjunto lo que garantizó que el proceso de democratización culminara con éxito. También pidió que se comprendiera que estaba comenzando una nueva etapa a la que describió como “un largo período de paz y de prosperidad y de respeto por la dignidad del hombre y de los argentinos”.
En ese discurso fue proponiendo los cimientos de la construcción que debía encararse para que la Argentina ocupe el lugar que le corresponde en el concierto de naciones del mundo. Propuso como líneas fundacionales la unión nacional, la convivencia democrática, la justicia social, la solidaridad y la ayuda fraterna. Sabía que iba a ser una tarea difícil pero apostó a que no sería imposible para un pueblo resuelto a levantar a su país.
Cuatro décadas después de ese momento, debe reconocerse que hay muchas asignaturas pendientes y que se atraviesan momentos de crisis mientras las señales de bonanza solo son promesas. Sin embargo, la democracia sigue siendo un valor central. Por lo menos, ya hay una generación que conoce por relatos o referencias de sus antecesores las penurias de una dictadura. Se ha naturalizado el funcionamiento de instituciones democráticas, contribuyendo a su consolidación y permitiendo la operatividad a pleno de todos los poderes de la república; cuando se intenta alterar el equilibrio definido constitucionalmente, todo el sistema cruje y pone en estado de alerta a la ciudadanía.
Desde aquel ya lejano 30 de octubre, el poder político es ocupado por quien el pueblo decide, en un marco pacífico y con una clara participación. En todos los planos, son sus protagonistas quienes definen los resultados aunque haya aciertos y también errores. La sociedad civil ha crecido y da muestras de madurez, aunque pareciera avanzando lentamente en procesos de cambio que toman su tiempo y tienen altos costos.
Ahora hay nuevos desafíos y aunque haya sectores que manifiestan algún cansancio, es en las dificultades en las que deben encontrar el estímulo para seguir la lucha. El facilismo de buscar hombres providenciales para que se hagan cargo de los problemas no será nunca más una opción, porque siempre es a costa de la libertad. Y nada vale más que ella.
Salta, 30 de octubre de 2025
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