Opinión22/07/2024

Reflexión

Salta ha comenzado a transitar el tiempo del Milagro, que es algo más que una práctica intensa de la devoción de la mayor parte de la población salteña por sus Patrones Tutelares y que un hecho cultural, que ha colocado a la Provincia en el calendario del turismo religioso internacional.

La movilización que generan los cultos iniciados el pasado sábado con la entronización de las imágenes del Señor y la Virgen habilitan un tiempo de reflexión en el que la Iglesia, como pueblo de Dios, revisa su situación preparándose para la renovación del Pacto de Fidelidad. Por varios motivos este es un año particular, declarado por el Papa Francisco como el de la Eucaristía, la Comunión, la Reconciliación y del Padrenuestro. La oración lo va a atravesar por esa razón pero también por la profunda crisis socioeconómica, que va agravándose.

En su homilía, el Arzobispo de Salta, Monseñor Mario Antonio Cargnello recordó la importancia de la reconciliación, evocando el año 1974, cuando Argentina vivía momentos difíciles y de división. "El llamado a la reconciliación vuelve a resonar en nuestros oídos”, señaló el prelado, en una exhortación a la conversión “en constructores de unidad y animadores de fraternidad", subrayando la necesidad de este gesto de grandeza y amor a la patria.

La referencia apuntaba a la séptima edición del Congreso Eucarístico Nacional que se realizó en Salta en octubre de 1974, en vísperas de la decisión de María Estela Martínez de Perón, de intervenir una provincia a la que había llegado para asistir a la clausura de ese encuentro. Un documento de la Conferencia Episcopal Argentina, emitido en noviembre de 1974, sintetizó sus planteos destacando los problemas de ese momento histórico en el que el ánimo general estaba estremecido por la guerrilla, los secuestros y otras violencias de diversos signos, “que han de ser condenados en todos los casos”, decía la Iglesia .

Eran los tiempos de un gobierno democrático que mandó a aniquilar esa guerrilla aunque el marco general -y así lo marcó el Episcopado en su documento- estaba configurado por “el desconocimiento de las vías del amor y del derecho, la persistencia de situaciones irritativas en la vida diaria, la carencia de valores y válidos fundamentos doctrinarios desde el momento que se incorpora la fuerza a una ideología, y la vigencia de defectos organizativos, los cuales suman a la represión métodos inaceptables y elementos anónimos. Nadie duda que ni la fuerza ni el terror puedan imponer legítimamente una opción política o asegurar algún tipo de orden”.

Por entonces, cuestionaba la Iglesia que en vastos sectores del pueblo argentino y en muchas de sus instituciones hayan decaído virtudes y valores morales y marcaba los signos que configuraban una endémica crisis moral, con hechos y situaciones que, cuando se repasan medio siglo después, tienen puntos en común con la situación actual del país. Solo para señalar algunos, se puede rescatar de ese pronunciamiento el acentuado secularismo e individualismo, la  relajación de la familia como comunidad indisoluble, la proliferación de centros de corrupción, los escándalos en la vida personal de quienes debieran ser ejemplos de probidad y corrección, la voracidad en el lucro desmedido, la deshonestidad económica, los desfalcos y los negociados irritantes, el auge progresivo de los juegos de azar y el alza indiscriminada en los precios y otras distorsiones de la economía que dificultan o imposibilitan una vida familiar suficiente y digna.

Cincuenta años después, no se han superado las dificultades; sólo han cambiado los caminos que se recorren infructuosamente para encontrar soluciones. En ese terreno caen en este tiempo las palabras de la Iglesia que busca rescatar el impacto misionero del Milagro. Un tiempo para renovar la mirada y el compromiso a servir a los que más necesitan, que se van multiplicando.

Salta, 22 de julio de 2024

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