
Mientras los argentinos votaban entre promesas y frustraciones, los grandes fondos ya habían ganado la elección. En diez días hicieron un negocio que ningún gobierno podría garantizar sin complicidad política.



A pesar de una campaña ruidosa, que ocupó cada espacio de la comunicación —las redes, la televisión, la calle, los bares, los chats familiares—, fue la elección con mayor abstención desde el regreso de la democracia. Y ese silencio, más que indiferencia, es un síntoma: el cansancio de un país que ya no cree en los actores de siempre.
Lo decía Jaime Durán Barba en su columna de hoy: el votante cambió, la política no. Y tiene razón. Las campañas siguen gritando mientras la gente baja el volumen. Muchos que eligieron al peronismo lo hicieron por rechazo a Milei, y muchos que votaron a Milei lo hicieron para alejarse del peronismo. Nadie votó enamorado; votaron para defenderse. Y eso, en sí mismo, es una señal de época.
La política argentina vive enamorada de su espejo retrovisor. Discute como si aún estuviera en la Guerra Fría, cuando el mundo se partía entre Braden o Perón, entre la patria y el imperio, entre los buenos y los malos. Pero hoy ya no hay imperios, hay algoritmos. Y a las nuevas generaciones no les quita el sueño quién ordena votar desde Washington, porque hace tiempo que dejaron de escuchar órdenes de nadie.
Lo que no entendieron algunos dirigentes —especialmente los del peronismo más ortodoxo— es que el votante del siglo XXI no se moviliza por fidelidad sino por sentido. La épica del pasado se volvió ruido, y el electorado se cansó de escuchar la misma melodía desafinada. En ese contexto, las provincias, sobre todo el norte, mantienen una rebeldía propia: una forma de decir “acá pensamos distinto”. Salta es eso: pertenencia y resistencia. Pertenencia a una identidad profunda, resistencia a la imposición de un relato ajeno.
La abstención fue el verdadero voto castigo. Dos millones de ausentes no por desinterés, sino por hastío. No es que no les importe el país: es que ya no creen que los que dicen representarlo sean capaces de hacerlo. En esa ausencia hay una frase no dicha: “Vuelvan cuando entiendan lo que nos pasa”.
La Argentina, una vez más, está ante una puerta giratoria: gira, pero no avanza. Cambian los nombres, los tonos, las siglas, pero la lógica es la misma. La vieja política cree que puede despertar entusiasmo reciclando las mismas promesas. Y la gente, mientras tanto, se aleja.
El verdadero desafío no está en sumar votos, sino en reconstruir confianza. No en inventar slogans, sino en escuchar el silencio. Porque el silencio de esta elección fue atronador: el de quienes no fueron a votar, el de quienes votaron tapándose la nariz, el de quienes ya no esperan milagros, sino algo mucho más simple: que los escuchen sin subestimarlos.
Quizás la lógica del cambio no esté en ningún partido, ni en ningún liderazgo. Quizás esté en ese ciudadano anónimo que ya no grita, pero observa; que ya no milita, pero decide. Tal vez el cambio real empiece ahí, donde la política se quedó sin palabras y el pueblo, en silencio, empezó a decirlo todo.

Mientras los argentinos votaban entre promesas y frustraciones, los grandes fondos ya habían ganado la elección. En diez días hicieron un negocio que ningún gobierno podría garantizar sin complicidad política.

Tras las elecciones de medio tiempo, importa atender el medio tiempo que resta. Por delante hay dos años de mandato para los Ejecutivos nacional y provincial y pensarlos en términos de una renovación reducirá la apreciación de una gestión obligada a resolver severos problemas por los que atraviesa el país.

La democracia argentina ha dado otro paso hacia su fortalecimiento. Más allá de los resultados de las pasadas elecciones, se hizo lugar a una forma de participación ciudadana que, en cada comicio, tiene la oportunidad de evaluar la tarea política que se despliega desde la administración del Estado a la práctica del control del manejo de los asuntos públicos, que es tarea de los legisladores. Y a través del voto, califica.

La Argentina atraviesa una etapa de pérdida de soberanía y dignidad nacional, pero hay que confiar en que la convivencia democrática siga garantizando el derecho a pensar distinto.

No se elegía Presidente, no se elegía Gobernador, pero la legitimidad de cada uno de ellos estaba en juego.

Un millón 111 mil 29 ciudadanos salteños están convocados a votar este domingo para renovar parcialmente el Congreso de la Nación. Si superan los 700 mil y más allá de lo que decidan, se considerará que han dado muestra de madurez cívica al cumplir cabalmente su deber cívico.

En su paso por Salta, el Secretario General de SUTERH, Víctor Santa María, cuestionó la reforma laboral que impulsa el Gobierno Nacional y advirtió que podría implicar la eliminación de derechos clave como los convenios colectivos y las paritarias.

Dirigentes de peso del oficialismo y la oposición, como María Eugenia Vidal, Espert, Moreau, Parrilli, Juan Carlos Romero y Cobos, dejarán sus bancas cuando asuman los nuevos legisladores el 10 de diciembre.

La senadora nacional electa por La Libertad Avanza resaltó el apoyo ciudadano y la victoria del partido sin alianzas frente a los pesos pesados de la política local.

La legisladora de La Libertad Avanza destacó el apoyo ciudadano y señaló que aún no recibió llamados de sus contrincantes tras la victoria de este domingo.

El próximo fin de semana XL ya es oficial en el calendario nacional. Será en noviembre e incluirá cuatro días de descanso, gracias a la combinación de un feriado y un día no laborable con fines turísticos.