Opinión13/03/2023

Tubérculos

Estuve charlando con Elsa, una mujer de 55 años, nacida en el campo donde vivió al cuidado de su abuela porque la madre trabajaba lejos.

Y así lo hizo hasta que a la abuela la trajeron a la cuidad cuando ya estaba muy viejita. Elsa vivió hasta los 14 años en un barrio de Salta con esa abuela,  tíos y primos, y a esa edad decidió emplearse en el servicio doméstico porque quería tener su plata. Llevaba un valioso bagaje de conocimientos de huerta, cocina, costura, tejido que la anciana le había transmitido en esa finquita perdida en los cerros y después en la ciudad.

A los 16 la conquistó un morocho muyo mayor pero ¡hermoso! como ella lo describe y contra la voluntad de toda la familia se fueron a vivir juntos, tuvieron tres hijos varones. Pusieron un pequeño restoran y salieron adelante no sin esfuerzo, hasta que el marido muere de un infarto.

Ella cuenta que cerró el restoran porque le subieron mucho el alquiler y con su maquinita de hacer pastas y otras delicias terminó de sacar adelante a sus hijos. Dos son comerciantes y otro es músico y trabaja en la banda del ejército,  en el sur.

Uno de los hijos se descarrió al morir el padre y gracias a un grupo de una IGLESIA EVANGÉLICA, que lo rescató del alcohol y las malas compañías, hoy es un buen padre de familia y pequeño empresario. Con esa iglesia ËL trata de hacer lo mismo con tantos jóvenes vulnerables presas de los males de la calle.  Una vez al año organizan un campamento con decenas de chicos y chicas a los que tratan de ayudar espiritual y materialmente.  A pulmón consiguen donantes y ponen todo lo que pueden de su bolsillo quieren que esos días en el campo sean para muchos  un prometedor mundo nuevo. Como Elsa dice, es un sacrificio pero en realidad uno recibe mucho más de lo que da. Dios se encarga.

En el campamento obviamente se organizan  grupos y Elsa se hace cargo de la cocina con las chicas mientras que los varones arman las carpas, buscan leña y cargan y descargan cosas y también cocinan.

Pero Elsa no sale de su asombro porque las chicas en su mayoría mamás adolescentes no saben pelar una papa, o picar un tomate. Eso sí, no son pocas las que tienen uñas esculpidas y cuando Elsa les pregunta ¿cómo comen o dan de comer a sus hijos?  Responden que,  ellas van al COMEDOR.

Elsa se asombra y pregunta ¿pero de que van a trabajar estas chicas si no saben lo elemental para subsistir?

Le explico todo eso de los estereotipos de género y que los hombres también pueden pelar papas, a lo que contesta que sus tres hijos cocinan mejor que ella pero insiste ¿qué va a ser de estas chicas aunque cobren planes si no estudian ni trabajan?

 Esta es una pequeño historia que narra una trabajadora que se hizo de bien abajo, crió a sus hijos y hoy tiene una casa decente y sigue trabajando como cocinera y acompañante de un adulto mayor. Pero que no entiende qué está pasando con esta generación que vive casi a la deriva colgada de la ayuda social que ella no tuvo.

Ud me dirá todo esto por unas papas, pero gracias a ese tubérculo se sanaron muchas hambrunas empezando por las europeas cuando los españoles la llevaron a su patria como novedad de esta América recién descubierta. Cuanto más en la pobreza, saberes  que hacen a la economía doméstica son  un conocimiento que no le sobra a nadie.

Ante una crisis lo primero que hay que hacer es “salvar las papas” como se dice vulgarmente, pero después hay que atender a las causas estructurales y eso parece que no es un buen negocio para la política  atroz

Quizás la visión de Elsa no cuente en los grandes planes de protección social pero no deja de ser una aviso de una mujer “del pueblo” como quien dice. Ese pueblo que es nombrado en tantos discursos de campaña Y CUYA  SABIDURÍA ES SUPERIOR A TANTA INTELIGENCIA ILUMINADA.

 

 

 

 

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