Opinión 01/07/2022

Sombra

A 48 años de su muerte, quizás la mejor definición de Juan Domingo Perón sea la de “el hombre de los tres siglos”, como lo describió el escritor bonaerense Hugo Caruso, un militante de su pensamiento. La conmemoración de su desaparición física es una de las fechas que no pasan desapercibidas en la liturgia política argentina.

Efectivamente, atravesó un largo tiempo desde que nació en 1895, irrumpió en la vida pública catapultado por un golpe de Estado desde su condición de militar y bordeando la mitad del siglo XX, su nombre no se borró hasta la actualidad. Es cierto que al término de las dos primeras décadas del siglo XXI, hay quienes conocen acabadamente de quién se trata y otros llevan su imagen y algunas de sus ideas como banners en sus campañas electorales. De allí que no son pocos los que con una visión crítica hablan de una franquicia que asegura el acceso al poder.

Este aniversario de su muerte, acaecida en un día como hoy de 1994, encuentra a su creatura en el ejercicio del gobierno nacional, de la mayoría de los provinciales y de los municipales. Aunque es relativo que sean sus principios los que se sostienen desde la conducción política, es muy cierto que en el país va para largo una crisis económica sin visos de solución. De manera inédita, además, la coalición gobernante en la Argentina –de raíz peronista- está padeciendo inquietantes tensiones internas.

Desde que Perón creó a finales de la década del cuarenta lo que se identifica como Movimiento Nacional Justicialista, la mayor parte de los gobiernos democráticos lo tuvieron con la responsabilidad de gobernar. En más de medio siglo, la promesa de una nación desarrollada fue desvaneciéndose y hoy es un país que contando con generosos recursos naturales e individualidades exitosas en distintas actividades en cualquier lugar del mundo, como comunidad es un muestrario de fracasos, liderando rankings vergonzosos, como el de inflación y de corrupción. Y es un deudor impenitente.

No es el país que imaginó Juan Domingo Perón pero es el que resultó. La muerte lo encontró en el ejercicio de su tercera Presidencia de la  Nación, iniciada en 1973 tras 18 años de exilio en España y luego de permanecer a la cabeza del Ejecutivo desde 1946 a 1955.  

Dejó un legado que se actualiza, se reinterpreta y se aplica según la particular visión de los grupos que toman sus banderas. Que no son muchas: soberanía política, independencia económica y justicia social.  

En un interesante análisis sobre la vigencia de ese legado, el periodista de izquierda Mariano Schuster, editor de la plataforma digital de Nueva Sociedad, dice que “El peronismo permite ser lo que se quiera mientras se sea peronista. Por eso hay peronistas liberales, peronistas de izquierda o peronistas socialdemócratas”. Y eso se comprueba si se repasa quienes tomaron el nombre de ese líder indiscutible o reconocieron su raigambre peronista para ejercer la conducción política del país. Fueron peronistas Carlos Saúl Menem y Carlos Néstor Kirchner y son peronistas quienes sostienen el Frente de Todos, la alianza con mandato hasta 2023.   

En la Argentina, a casi medio siglo de la muerte de su inspirador, se es peronista o antiperonista. Su sombra se sigue proyectando aunque se van derrumbando las columnas vertebrales que sostienen su doctrina.

Todavía queda en pie la convicción de que el peronismo es el único que puede gobernar un país difícil. Pero la Argentina puede superar sus complejidades.

Salta, 01 de julio de 2022

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