Opinión Antonio Marocco 12/05/2022

50 años de la UNSa: un mensaje y un desafío

“Ya veis que no soy un pesimista ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por derrota ninguna, a mí no me ha derrotado nadie, aunque así hubiera sido, la derrota solo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista, más idealista…

Porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o negocio, y se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su Dios, si lo tienen, cada vez que le sale mal algún cálculo financiero o político de la matemática del egoísmo”.

En tiempos difíciles, siempre es bueno tener a mano algún fragmento de la Lección de Optimismo de Joaquín V. González, este riojano fundador de la Universidad Nacional de la Plata que a principios del siglo 20 se convirtió en uno de los hombres de la educación superior pública y gratuita en la Argentina.

La cita ni el autor son capricho. Ayer la Universidad Nacional de Salta cumplió 50 años.

Y aunque algunos gurúes de la televisión, el escándalo y la política de poca monta siguen pensando que las universidades son “centros de adoctrinamiento”, la realidad demuestra todo lo contrario. 

Las universidades públicas fueron, desde la Reforma Universitaria en 1918, una usina de investigación, producción y democratización del conocimiento al servicio del desarrollo nacional.

La universidad pública en Argentina se puede valorar por los premios nobel que surgieron de sus aulas y laboratorios, pero sobre todo por aquellos millones de argentinos que fueron los primeros profesionales en sus familias.

Las universidades son un motor de movilidad social y una herramienta esencial para cualquier sociedad que aspire a garantizar la igualdad de oportunidades para sus generaciones.

Los que hoy difaman a la universidad pública son los mismos que difaman a la salud pública, los que se hicieron los distraídos cuando eliminaron el ministerio. 

Y no lo hacen desde la crítica constructiva, porque ni siquiera se animan a ser honestos. No es que critican con el objetivo de mejorar el acceso a estos derechos constitucionales. Lo que en realidad quieren es que el Estado se retire para que avancen los negocios de unos pocos, para que ciertas minorías de la elite profundicen privilegios.

No obstante, hay que saber detectar por qué prosperan estas expresiones reaccionarias, que -jactándose de ser antipolítica- vienen desde hace años lucrando con lo peor de la política. 

No son expresiones espontáneas, ni mucho menos honestas: son provocadores, agitadores y aprovechadores. Además de agresivos y maleducados.

Porque es cierto que la democracia aún tiene cuentas pendientes con muchos problemas de la sociedad: pero justamente a ellos no les interesa mejorar la democracia, la quieren anular, reemplazarla por encuestas y tribunas mediáticas obedientes, financiadas por el poder económico que se beneficia y reproduce a partir de las crisis. Arman su banquete cuando la sociedad está fragmentada.

Y venden rebeldía como hamburguesas en una cadena de comida rápida. 

Porque es más fácil pegarle a un hospital público desbordado que a los laboratorios que monopolizan la producción de medicamentos y les ponen precios sin control; porque es más fácil pegarle a una mamá de familia que recibe una asistencia del Estado que a la industria agroalimentaria que maneja el aumento de precios. Porque es más fácil pegarle a cualquier funcionario del Estado, con sus errores y aciertos, que pegarle al directorio de las multinacionales que se enriquecieron con la bicicleta financiera y la fugaron del país.

Por eso quizás sea importante mirar los 50 años de la UNSa como una lección de optimismo: y también una lección para la política.

Con un anfiteatro colmado, ayer el rector saliente Víctor Hugo Claros traspasó el mando a su sucesor, Daniel Hoyos, quien resultó electo por la oposición en unos comicios reñidos y muy parejos. 

Cada uno tuvo su tiempo y su discurso. No hubo abucheos ni desaires: los que hasta hace una semana eran adversarios se aplaudían y se felicitaban: se ponían a disposición, se disponían a colaborar.

Quizás haya ahí un camino para imitar en otros espacios. El camino de una democracia que precisa de la diversidad, de la alternancia y de la confrontación sana para seguir marchando.

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