Opinión Sonia Margarita Escudero 25/12/2020

Reflexiones en Navidad

Hola amigas y amigos: Hoy es un día especial, celebramos la Navidad, el nacimiento de Jesús y el comienzo de la era cristiana. 

Fui afortunada al haber podido recorrer Nazareth y la Basílica de la Anunciación, Belén y el lugar del nacimiento de Jesús, el mar de Galilea, el monte de los Olivos, la Iglesia del Santo Sepulcro, lugares en cuya presencia adquiere dimensión la incuestionable existencia histórica de Cristo y la revolución que sus ideas causaron en el mundo antiguo. Se podrá disentir sobre su origen divino, pero no se puede dudar de la fuerza de sus ideas, aun vigentes, que transformaron el mundo: en el corazón del autodenominado “Pueblo Elegido”, Cristo enseñó que todos los seres humanos somos iguales a los ojos de Dios. 

Cristo predicó la igualdad humana en un mundo que justificaba enormes desigualdades. 

El viaje a Israel fue uno de los viajes mas interesantes que realicé, y lo fue en el marco del Programa Jóvenes a Israel que promovió ese hombre magnífico que fue Jaime Solá, que tenía el sueño de una Salta desarrollada, para lo cual propiciaba que los jóvenes conozcan el mundo. 

Quiero destacar una de las enseñanzas más revolucionarias de Jesús, sobre la que predicó y practicó con el ejemplo: la igualdad entre el hombre y la mujer. En la vida de Jesús relatada por los Evangelios, las mujeres son centrales. María Magdalena, la discípula de Cristo, tan amada que fue la primer persona que lo vio resucitado, fue convertida en prostituta, adúltera, pecadora y poseída por siete demonios a partir del año 591 por orden del Papa Gregorio Magno. Así la Iglesia cambió la doctrina cristiana y la tergiversó hacia una construcción puramente masculina, alejando a las mujeres de la dirección de las iglesias. A partir de haber arruinado la reputación de María Magdalena, la Iglesia Católica comenzó el largo apartheid de las mujeres, la justificación de su subordinación, dominación y hasta de su irracional castigo y penalización. 

En el año 2016, el Papa argentino, el Papa Francisco, rescató a María Magdalena, la mujer más citada en los Evangelios, aun por delante de la madre María. Con el nombre de Santa María Magdalena, el Vaticano rectificó los infundios, impulsado sin dudas por los movimientos feministas y las investigaciones históricas. Cabe preguntarnos ¿por qué se torció el buen nombre  de María Magdalena en una Iglesia que en sus primeros pasos fue sobre todo una Iglesia de mujeres? Tal vez porque la Iglesia oficial tuvo temor, y aun lo tiene, ante una mujer influyente tanto en lo económico como en lo social, una mujer que decidió romper esquemas y seguir a Jesús. María Magdalena ha sido víctima de un crimen contra su reputación a lo largo de 1.400 años, crimen anticristiano vinculado con la subordinación cultural de las mujeres. 

En este tiempo especial, en el que se reconocen los errores y se recurre al perdón, en el que intercambiamos obsequios, viene muy bien reflexionar sobre los valores que se desprenden de la doctrina cristiana y que han evolucionado para hermanar a la humanidad. Valores como la citada igualdad, la libertad, la verdad, la compasión, el valor y la responsabilidad.  

Esta será una Navidad distinta, una Navidad con una pandemia que restringe nuestra vida social, que nos lleva a evitar los abrazos, a limitar las reuniones a los más íntimos. Es que la pandemia nos muestra crudamente la igualdad. La enfermedad avanza sin importar quién es el que la padece. Un trato prioritario a favor de los más ricos no los liberará del virus.  

En este contexto, la libertad de pensar, investigar y experimentar adquiere relevancia. Las normas con las que vivimos, incluidas las tradiciones culturales, deben estar continuamente sujetas a escrutinio y debemos esperar que evolucionen cuando sean expuestas a una variedad más amplia de ideales. Por ello, la libertad de dudar, de abrir nuestra mente a otras ideas, de pedir opiniones, nos ayudará no sólo en la toma de decisiones más justas, sino también a evolucionar como seres humanos. 

La verdad se basa en la observación y en la evidencia. Lo estamos experimentando a medida que escuchamos y debatimos sobre medicamentos y vacunas. No está mal tener fe, o ideología,  pero los gobiernos deben tomar decisiones en base a evidencia, en base a la verdad tangible.  

En este tiempo especial de Navidad en pandemia debemos ser compasivos y plantearnos ¿cuál es la mejor manera de reducir el sufrimiento de vastos sectores de la población? ¿Cómo reducir el sufrimiento de las mujeres, de los pueblos indígenas despojados, de la niñez desprotegida? 

Yuval Harari[1] en su libro “21 Lecciones para el siglo XXI”, nos recuerda que las personas que temen perder su verdad tienden a mostrarse más violentas. En cambio en las sociedades de individuos valientes, dispuestos a plantear preguntas difíciles y a admitir su ignorancia, no sólo hay más prosperidad, sino también son más pacíficas que aquellas en que todos son forzados a aceptar, sin cuestionar, una única respuesta. Es por  ello que se necesita valentía para admitir revisar lo que suponemos conocer. 

En este tiempo de Navidad en pandemia, debemos aceptar la responsabilidad tanto por nuestras acciones como por nuestras omisiones. No sólo hay que rezar, hay que preguntar qué puede hacer cada uno para ayudar a construir una sociedad mejor. Argentina recibe la Navidad con un buen regalo por el esfuerzo del Presidente: las primeras 300.000 dosis de vacunas. Pero lo que el Gobierno debe comprender es que la ciudadanía no le pide un milagro, sólo le pide que se tome el tiempo para que, con las aprobaciones pertinentes, se inicie el proceso de vacunación que garantice de la mejor forma posible, la inmunidad frente al virus. Transparencia, Verdad e Igualdad serán los mejores presentes en esta Navidad. 

Hasta la semana próxima


 


[1] Yuval Harari: 21 Lecciones para el siglo XXI

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