Opinión 09/12/2019

Cambio

Doce años han transcurrido desde aquel momento en que un gobernador prometió poner al hombre por encima de las cosas. En la víspera de la entrega del mando que debía servir a ese fin, vale poner la atención en algunas cuestiones sobre las que el tiempo actuó favorable o desfavorablemente.

“A partir de hoy empieza en Salta un gobierno cuya única razón de ser es solucionar los problemas de la gente, un gobierno que se va a ocupar más de las personas que de las cosas”. Esa fue la primera definición de un mandatario que el 10 de diciembre de 2007 desplazaba un régimen que durante 12 años había condicionado el destino de los salteños. Apenas recibidos los atributos del mando y ante una Asamblea Legislativa tan expectante como un pueblo allí representado, Juan Manuel Urtubey conmovió al afirmar que “ha pasado mucho tiempo en que en este mundo, en esta Argentina, en esta Provincia, se ha amado a las cosas y se ha usado a las personas. Es hora, pues, de amar a las personas y usar a las cosas”.

Se ponía en marcha en ese momento un modelo de gestión que se asentó fundamentalmente sobre lo social. Tras la crisis de 2001, consecuencia de una experiencia neoliberal que remató hasta las joyas de las abuelas –como se identificaba por entonces a las poderosas empresas del Estado-, el discurso giraba en torno de la inclusión, un concepto que superaba la mera suma o adición de alguien a algo. Se trataba de volver a subir al tren del crecimiento a sectores excluidos, especialmente a amplias franjas de la población que ya dependían del asistencialismo.  

Iba por cuatro años y, razonablemente, por ocho. Nunca por doce, porque en su primera aplicación había demostrado que no era nada más que un exceso consecuente de una mera afición por el poder. Hoy ni siquiera descarta que tres gestiones consecutivas -legitimadas por sendas decisiones populares- le permitan suponer que ha quedado un legado.

Como ocurre cuando hay un cambio de mano, en 2007 marcó la primera diferencia en salir de esa maldita costumbre de pensar que la historia empieza cuando un nuevo gobernante llega. Y algo hizo al respecto al dejar que el viento de cola de los aciertos de la administración anterior sostuviera sus primeros años. Costó un poco más y en no pocos casos no se logró dejar de lado la resignación de “tomar la pobreza, el desempleo, el trabajo en negro, la marginalidad, como situaciones estructurales inevitables”.

Su primer plan de gobierno  fue presentado apenas juró bajo la protección de Dios y de la entonces presidenta Cristina Fernández, convencido que estaba trabajando para resolver los problemas de los salteños más castigados por la pobreza, el hambre, la desocupación y la falta de servicios.

Doce años después repite la previsión mostrada por su antecesor, que había dejado un monto suficiente para pagar sueldos y aguinaldo pero había otros compromisos ineludibles superiores a ese monto, que al asumir no precisó. Reveló que había déficit fiscal, rompiendo cinco años de superávit a raíz del despilfarro electoral y de medidas tomadas en el último tramo, como el perdón de las deudas de todos los municipios de la Provincia. 

Todo indica que doce años después nada es diferente. Se podrá pagar el sueldo de diciembre y la segunda cuota del aguinaldo con lo que deja Juan Manuel Urtubey a su sucesor, Gustavo Sáenz, quien también podrá pagar el próximo vencimiento de la deuda en dólares que tiene la provincia. Y a partir de allí, otra vez  la necesidad de un piloto de tormenta. 

Salta, 09 de diciembre de 2019

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