El santo, la casa común y los que esperan
7 de agosto. El calendario indica que es el día de San Cayetano, el patrono del pan y el trabajo que se venera en todo el mundo pero con particular devoción en nuestro país. El santo de estampita de billetera, que representa la esperanza de muchos que no pueden seguir esperando. El santo de la justicia social que no pudo ser censurado ni por la dictadura cuando en 1981 el pueblo marchó por la paz, el pan y el trabajo.
Será en muchas parroquias otro año con más pedidos que agradecimientos. Según el último informe del INDEC —publicado a fines de junio— al menos 1.200.000 argentinos están desocupados. Y no pareciera que la situación vaya a mejorar en el corto plazo, la tendencia indica lo contrario. Durante los últimos 18 meses, y solo en el sector privado, más de 245 mil personas tramitaron la prestación por desempleo. Son datos oficiales de ANSES, y corresponden a los trabajadores que estaban registrados en blanco y que fueron despedidos sin causa.
En la Argentina de nuestros días la mayor preocupación de las familias ya no es la inflación o el tipo de cambio, es el miedo concreto de perder el trabajo. Y todos saben que cuando se pierde el trabajo se pierde mucho más que un salario. Como insistía el Papa Francisco, a quien para estas fechas extrañaremos especialmente, “nadie se salva solo”. Cuánto mejor estaría nuestro país si el pleno de la dirigencia política —más allá de banderías partidarias— comprendiera que el derecho al trabajo es constitutivo del género humano y que no debe ser tratado como servicio descartable.
El Papa Francisco. Los argentinos y la política. El peronismo con y sin Perón. La producción y el trabajo. La grieta y la armonía social. La historia que se pudo: por qué habremos llegado hasta acá y de qué se trata el futuro al que nos quisiéramos acercar.
De algunos de estos temas y otros más vamos a estar conversando con Aldo Duzdevich mañana viernes a las 19 horas en la Usina Cultural. El reconocido periodista, historiador e investigador se encuentra en nuestra provincia para presentar sus últimos libros: Salvados por Francisco y La Lealtad. El acercamiento a ambos textos funcionará en realidad como un disparador para pensar, dialogar y discutir sobre la actualidad de nuestro país. Organizado por el Ciclo de Pensamiento y Producción Política de Salta, el evento está abierto al público en general y la entrada es libre y gratuita. Todos invitados.
En otro orden de cosas, quiero aprovechar para enviar un saludo a nuestros hermanos bolivianos. Ayer celebramos el Bicentenario de la Declaración de la Independencia del Estado Plurinacional de Bolivia. Estos 200 años son también 200 años de una historia compartida, con próceres comunes como Belgrano, Güemes y Sucre.
Voy a reiterar lo que le dije a la cónsul de Bolivia en Salta, Lusdari Uyuli Encinas: a los pueblos no se los desapega por leyes, por contratos ni por fronteras. Es difícil dividir a aquellos pueblos que comparten gran parte de su identidad social y cultural. Los profundos lazos que unen a nuestros países no se romperán por los discursos de odio que solo favorecen a los intereses neocoloniales. Para nosotros, como herederos orgullosos de la tradición independentista, es imprescindible seguir construyendo eso que soñaron los hombres que hicieron a la historia de Suramérica: la patria grande.
Ahora sí, para finalizar esta columna miscelánea, y porque el orgullo de abuelo me desborda, quiero despedirme compartiendo con ustedes una alegría. Mi nieto Baltasar se recibió de abogado. Ayer rindió la última materia de la carrera y ahí estuvimos en familia acompañándolo, compartiendo la satisfacción del objetivo y el sueño cumplido.
Hay algo que hace bella a la nostalgia y digerible el paso del tiempo: ver a los chicos crecer, verlos felices. Esos instantes de certeza en los que sabemos y sentimos, con la mente y el alma, que la vida —a pesar de sus cosas— siempre vale la pena.
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