Opinión Antonio Marocco 28/09/2023

El Debate

La noche del domingo se llevará a cabo el debate presidencial, una tradición relativamente moderna en la Argentina que empezó a afianzarse e institucionalizarse recién a partir de las elecciones del año 2015.

Los cinco candidatos presidenciales que estarán presentes en las boletas del cuarto oscuro tendrán la oportunidad de exponer y contrastar sus programas de gobierno sobre todo ante los sectores menos politizados de la sociedad que aún no definieron su voto de cara al 22 de octubre.

Los analistas suelen decir que los debates les sirven más a los candidatos que al electorado, pues se trata de una puesta en escena que muchas veces se presta más para la chicana y el golpe bajo que para el debate enriquecedor y la presentación de ideas concretas o contrapuntos.

Hay otra máxima de los gurúes y consultores del armado electoral que afirma que ‘el que va ganando no debate’. Un escenario improbable de determinar esta vez, ya que en la carrera hacia las elecciones presidenciales —a juzgar por las PASO— no se vislumbran favoritos indiscutidos y las preferencias se reparten en casi tres tercios perfectos.

Así las cosas, ningún candidato osó prescindir esta vez de la participación en el debate.

En ediciones anteriores, la presentación de los presidenciables alcanzó el rating que alcanzan los partidos de River y Boca, y muchas de las intervenciones se hicieron luego virales en las redes sociales.

Sin dudas, una tribuna nada despreciable que servirá para afianzar la base electoral de cada fuerza, o bien, para salir a tentar las adhesiones de los indecisos, los que votaron en blanco o los que directamente no fueron a votar.

Es curioso que en la Argentina de la ambigüedad se fortalezcan ciertas instituciones democráticas, como en este caso el debate presidencial, mientras en paralelo reflotan y se agudizan algunas prácticas de odio y violencia.

¿Acaso la motosierra que un sector de la sociedad festeja y enarbola no es otrora el cajón quemado de Herminio Iglesias que categóricamente se repudió y hasta dicen que costó una elección?

Esperemos que el debate esté a la altura de las circunstancias, pues la dirigencia política tiene la responsabilidad no solo de conducir el país hacia un destino de recuperación económica pos crisis, sino también hacia la reconstrucción del tejido social a partir de la erradicación de la violencia y el fortalecimiento de los vínculos comunitarios.

Se trata de una cuestión elemental para la gobernabilidad de la próxima gestión: sea quien sea el presidente desde el 10 de diciembre, ninguna fuerza política contará con mayoría legislativa en el Congreso ni con el apoyo automático del grueso de los gobernadores.

Los acuerdos, a menos que se ensaye un gobierno populista y autoritario, serán la base de cualquier programa que se pretenda implementar.

Flaco favor le hace a una sociedad crispada un dirigente crispado, pues ha renunciado a su misión histórica y a su responsabilidad cívica. Y aunque el clamor de ciertos sectores lo ungiera con el voto, el tiempo siempre termina revelando la irresponsabilidad y la inconveniencia. La violencia siempre es incompatible con el desarrollo de las naciones que se precian de tal.

Decía Wilson Ferreira, el gran político uruguayo del Partido Nacional: “Tenemos que buscar caminos que nos aproximen a una solución que no será perfecta, en la medida en que requerirá —en un país que no tiene mayorías para ningún partido— un entendimiento, una solución que será tanto menos mala o tanto mejor cuanto mayor sea el espectro de opinión que cubra”.

Lo que aparece como imperante del momento es saber escucharnos y armonizar las contradicciones.

Esté quien esté en la Casa Rosada, el período político que se avecina requerirá consensos de Estado que solo serán posibles en la medida que no se dinamiten los puentes institucionales y la convivencia democrática. Todavía hay tiempo.

 

 

 

 

 

 

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