Humor
El humor social es el que condiciona el voto. La sentencia de Benjamín Gebhard, consultor político y director de la consultora WE, ratifica lo que se viene observando desde hace varios años en buena parte del mundo pero particularmente en el país.
La referencia es, en realidad, al mal humor que se expresa de distintas maneras; la más extrema es la que se ha verificado el 13 de agosto pasado cuando las urnas de las primarias arrojaron un resultado que sorprendió pese a que había evidencias que algo así podía suceder. Los análisis de los especialistas y algunas mediciones de consultores mostraron que un candidato disruptivo podría desbordar la puja de dos sectores políticos tradicionales.
El mal humor social es un fenómeno que se ha ido agravando con el tiempo y genera una fuerte preocupación ya que impacta en la calidad de vida de las personas y en la convivencia comunitaria. David Reyes Domínguez, catedrático de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de México (UNAM), alertó sobre la expansión de este trastorno emocional, que se expresa en el comportamiento irritable y agresivo de las personas, en todos los ámbitos de su actuación.
Los elementos constituyentes de este humor social están rebasando los límites de tolerancia y hasta un evento intrascendente causa molestia y se genera una respuesta violenta o agresiva. Se nota, por ejemplo, en el tránsito pero también en la intolerancia ante el incremento de precios de algunos productos y servicios básicos. Cabe recordar el estallido en Santiago de Chile, ante el aumento de la tarifa del transporte colectivo, que terminó en una frustrada reforma constitucional.
En la Argentina pos pandemia, ese mal humor social se hizo muy evidente, especialmente frente a un año electoral. Una medición realizada en abril pasado por la consultora Poliarquía, que maneja el Índice de Optimismo Ciudadano, dio cuenta que el humor social de Argentina atravesaba un “pesimismo extremo”, ubicándose en el nivel más bajo de los últimos veinte años. Por entonces se interpretaba que -tal como sucedió en 2001, otro año de crisis extrema- podría registrarse una avalancha de votos en blanco.
La incertidumbre que genera la falta de solución a los problemas más urgente -como inflación, inseguridad, pobreza, desempleo- y la actitud de una dirigencia política encerrada en su propio laberinto, llevó a generar el enojo del que está haciendo gala la sociedad. La psicóloga Pilar Filgueira, investigadora del Conicet y catedrática de la Universidad Católica Argentina señala que “hay una relación significativa entre el malestar y los niveles de confianza que las personas tienen en los distintos actores sociales, con lo son el gobierno, los medios de comunicación y las organizaciones sociales”. Los que expresan mayor insatisfacción tienden a mostrar mayores niveles de desconfianza en políticos y periodistas.
Es innegable que la dirigencia política se lleva la peor parte y concentra la desilusión de los ciudadanos. El analista Marcos Novaro sostiene que el sistema político se acomodó hacia el centro, que generalmente es el que tiende a estabilizar un país en crisis; sin embargo, no es la Argentina el caso pues no ha resultado muy eficaz. Esto ha llevado a la tentación de una radicalización que actualmente es hacia la derecha y está personalizada en quien, hoy por hoy, maneja la agenda electoral.
Las PASO han permitido concretar los supuestos que venían advirtiéndose. Mientras la dirigencia tradicional, concentrada en Unión por la Patria y Juntos por el Cambio, confrontaba por los medios sobre quién era el mejor montándose sobre supuestos logros de gestión, el candidato de la Libertad Avanza tiraba propuestas sin el sostén de la experiencia gubernativa. Y al parecer le creyeron.
A casi 50 días de una elección para renovar el Ejecutivo nacional y parte del Congreso, nadie podría arriesgar un resultado. Todo indica que la única certeza es que la decisión está en manos de una sociedad exhausta, angustiada, decepcionada y ansiosa.
Salta, 05 de setiembre de 2023
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