Opinión Armando Caro Figueroa 20/04/2021

La idoneidad y su ausencia

Todos, querámoslo o no, soportamos las consecuencias de los malos gobiernos. Muchos se limitan a contemplar estas consecuencias. Pocos protestan. Muy pocos se revelan, dándose a la tarea de construir alternativas orientadas a remplazar lo malo por algo que nazca con pretensiones de bondad.

Siendo que una mayoría de naciones selecciona a sus gobernantes por medio del voto, es válido preguntarse ¿por qué extraño designio los ciudadanos terminan votando a malos gobernantes?

Hay quienes piensan que esto se debe a la débil cultura cívica de los votantes. Otros sostienen que la voluntad del ciudadano está inevitablemente manipulada por enormes aparatos de propaganda que ocultan la verdad o presentan con sello de certeza a falsedades edulcoradas.

Permítanme presentar algunas hipótesis acerca de la situación de Salta. ¿Por qué, de tanto en tanto, nuestra provincia cae bajo la férula de malos gobernantes, de malos legisladores o de malos jueces?

Mi primera sospecha es que esto tiene que ver con una red de instituciones conservadoras, apolilladas, diseñadas para que el poder se asigne, periódicamente, a individuos o familias de individuos que giran en círculos cerrados.

Nuestra Ley electoral bloquea la circulación de las así llamadas élites. Impide que los representantes expresen lealmente a sus representados. Construye mayorías artificiales. Apuesta por la perpetuación en los altos cargos y los pone a salvo de controles republicanos. 

La segunda de mis hipótesis es que la intencionada destrucción de los partidos políticos (consumada en tiempos del señor Urtubey) desvinculó las candidaturas de los idearios políticos para reducirlas a operaciones individuales, o cerradas al escrutinio público, en donde 3 o 4 jefes de fila construyen listas sábanas bloqueadas.

Así las cosas, los candidatos ya no se identifican por ideales, por su pertenencia a una determinada tradición política, o por su adscripción a un programa partidario. Entran y salen de las listas según un complejo régimen de lealtades y en función del financiamiento de las campañas electorales.

Si bien nuestra Constitución, y el sentido común, hablan de la idoneidad como condición para ejercer cargos judiciales, legislativos, de gobierno o de administración, esta todo “atado y bien atado” para que las lealtades personales o el nepotismo reemplacen al criterio de idoneidad.

Pasando a la tercera hipótesis (que pretende explicar por qué tenemos malos gobiernos) me referiré, brevemente, a la falta de diálogo. Las dictaduras, la violencia criminal de los 70 y los 25 años de nuestro inmediato pasado fueron demoliendo la Política, reemplazándola por roscas, cabildeos guiados por preocupaciones subalternas y tics autoritarios. 

La Política, con mayúsculas, es el arte de dialogar, de pensar, de debatir. De respetar al otro, a lo diverso. De escuchar ideas incómodas. De aceptar críticas sin colocar en listas negras a las señoras y señores díscolos.

Nada peor para un gobernador que caer en el sopor que producen los aplaudidores profesionales. Salta retrocede cada vez que un gobernador dice haber alcanzado “un amplio consenso” para referirse los aplausos de subsecretarios e incondicionales.

Sin dejar de reconocer que hay, ocasionalmente, talentos en determinadas áreas de los poderes del Estado salteño, hay que señalar también que padecemos un déficit de idoneidad.

Con el agravante de que los no idóneos se imaginan superdotados.

No es posible gobernar bien sin conocer en profundidad lo que sucede en el mundo. Sin conocer la situación de la Argentina y de Salta en sus espacios de producción, trabajo y asistencia. Sin escuchar a los que saben pero no están dispuestos a someterse al coro del poder. Sin tomarse un tiempo para armar un programa de gobierno, o para interrogarse acerca del porqué del desprestigio de la Justicia y de la Legislatura. 

Pienso, entonces, que deberíamos hacer un esfuerzo para instalar a la idoneidad como condición inexcusable de acceso a las altas funciones del Estado, y por reformar los centros de estudio (universidades, escuelas) donde se forman o reciclan nuestras autoridades.   

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