Borocotear. Borocotismo
El fenómeno del “borocotismo”, nacido como una rareza política en 2005, se volvió parte del paisaje habitual de la dirigencia argentina.
En el año 2005, Eduardo Lorenzo Borocotó, fue elegido diputado nacional por el PRO, dentro de Cambiemos, la asociación de Macri con los radicales. Pero al asumir, creó un bloque unipersonal afín al Kircherismo. Néstor Kirchner era presidente.
Lo ocurrido era una rareza. Totalmente inusual. Por esa acción, se denominó borocotismo al cambio de bando.
El verbo era borocotear.
Veinte años después, borocotismo y borocotear dejaron de utilizarse, pues lo que era extraordinario, se volvió cotidiano. Es usual el cambio de bando, de partido, o de bloque legislativo. El ejemplo más cercano es el de los tres diputados nacionales del PRO, que se pasaron a La Libertad Avanza. Este cambio de bando, como las candidaturas testimoniales, son una estafa electoral y en el mejor de los casos, un engaño.
La sanción para los traspasados debe ser moral. No votar nunca más ninguna lista electoral en la que sean parte. Además, sancionar con su voto a los partidos que propician el fraude con las candidaturas testimoniales.
¿Por qué ocurre esta deserción? En primer lugar, por la falta de moral del que se cambia. Y en segundo lugar porque los partidos políticos han perdido su esencia. Su personalidad. No atraen. Elegimos a personas, no a instituciones. Las sedes de los partidos están vacías y dejaron de realizar estudios para comprender y mejorar la realidad, como ocurría con los ateneos radicales y con el primer peronismo, donde planificaban anticipándose a los hechos. El primer y el segundo Plan Quinquenal se cumplieron con toda precisión. Nunca se realizaron tantas obras públicas como las que ejecutó Pistarini, quién murió en la cárcel de Ushuaia, ni las obras y medidas tomadas para mejorar la salud de los argentinos, como con la conducción de Ramón Carrillo, quién murió en la pobreza.
Pero lo malo es que tanto la Constitución Argentina como la Salteña, solo permiten candidaturas de los partidos políticos. El Partido Renovador de Salta desapareció con la muerte de Ulloa. A la Unión Cívica Radical, otrora un orgullo de organización y de pasión nacional, ha desaparecido como accionar político y como atractivo ciudadano. El peronismo salteño que tenía equipos de estudios por profesión y en algunos casos con discrepancia entre los médicos sanitaristas y los otros, es una cáscara vacía, que busca siempre asociarse con la figura ganadora. En octubre, cuando salió solo, no sacó votos ni para la sal. En algunos momentos de nuestra historia reciente, todos los senadores provinciales eran peronistas, pero desgraciadamente ninguna mujer.
Surgen partidos como hongos, qué para no desaparecer, hacen alianzas con los que le garantizan los votos para continuar como partidos. Algunos partidos pequeños se transformaron en empresas familiares, como lo ha denunciado la Cámara Nacional Electoral.
En Chile, en la elección para constituyentes post Pinochet, Los partidos políticos tradicionales perdieron con asociaciones civiles, de vecinos, de las universidades, todos con un tinte izquierdista. Eligieron 77 hombres y 76 mujeres. La primer presidente de la Constituyente fue mujer y mapuche.
Entre nosotros no es posible, pues la imposibilidad está en la Constitución.
Más de la tercera parte de los argentinos no concurre a votar y si lo hacen, votan en blanco o lo anulan. Este sector está desorganizado e inerme antes los avances de los políticos que de mandatarios se transformaron en mandantes. Es como si el administrador se convirtiera en dueño.
Si la política se articula con los partidos y éstos no existen o son escuálidos, la democracia, de ese modo, no nos sirve.
El imperativo es discutir como organizarnos, poniendo a la Patria por delante. En España, en el pacto de La Moncloa, lo hicieron los comunistas, los socialistas, los centristas y los liberales, logrando domar la inflación y sentando las bases para el crecimiento.
Que nuestros patronos nos ayuden.
Santos Jacinto Dávalos, noviembre 19/25
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