El niño del Abasto que hizo llorar al bandoneón: Aníbal Troilo, el alma del tango argentino
Desde su primer bandoneón comprado en cuotas hasta sus dúos con Piazzolla, Aníbal "Pichuco" Troilo fue mucho más que un músico: fue una voz fundamental del tango.
Aníbal Carmelo Troilo nació el 11 de julio de 1914 en el corazón del barrio del Abasto. Hijo de Felisa Bagnoli y Aníbal Troilo, descendientes de inmigrantes italianos, vivió una infancia atravesada por el esfuerzo de su familia y la pérdida temprana de su padre. A los ocho años se mudó con su madre y sus hermanos Marcos y Concepción (quien falleció a corta edad) a la calle Soler 3280.
En aquellos años, el tango era parte del paisaje sonoro del barrio. Desde chico escuchaba a los bandoneonistas en los bares cercanos al Mercado de Abasto. A los 10 años, convenció a su madre de comprarle un bandoneón por 140 pesos, a pagar en cuotas. El vendedor desapareció tras el cuarto pago, pero aquel instrumento, el primero y casi único de su vida, lo acompañaría hasta el final.
Un año más tarde, en 1925, con sólo 11 años, debutó en un bar lindero al mercado y a los 14, ya tenía su propio quinteto. A los 16 años fue convocado por Elvino Vardaro para integrar su sexteto nada menos que junto a Osvaldo Pugliese. Allí conoció a Ciriaco Ortiz, a quien más tarde consideraría uno de sus grandes maestros. Ese grupo no grabó discos, pero fue clave en su formación.
De las grandes orquestas al Marabú
Durante su juventud, Troilo pasó por las filas de orquestas dirigidas por nombres como Juan Maglio "Pacho", Julio De Caro, Juan Carlos Cobián, Juan D'Arienzo y Ángel D'Agostino. Pero el momento que marcaría un antes y un después llegó el 1° de julio de 1937, cuando debutó en la boite Marabú de Buenos Aires al frente de su propia orquesta típica.
Entre los primeros integrantes estaban Orlando Goñi (piano), Enrique "Kicho" Díaz (contrabajo), Roberto Gianitelli y el cantante Francisco Fiorentino. En sus inicios, la orquesta tocaba “a la parrilla”, es decir, sin arreglos escritos, una práctica común en el tango.
Pese a esa aparente informalidad, sus interpretaciones se distinguían por una notable claridad y precisión expresiva. Versiones como Tinta verde (1938) o Toda mi vida (1941), junto a Fiorentino, evidencian esa estética temprana, ágil y bailable.
El tango como laboratorio: los arreglos, Piazzolla y la evolución sonora
A partir de 1942, la orquesta comenzó a incorporar arreglos más complejos y detallados, delegados a músicos como Astor Piazzolla, quien integró la formación entre 1939 y 1944. El joven Piazzolla aportó sofisticación con arreglos como Inspiración (1943) y Chiqué (1944), y seguiría colaborando incluso después de abandonar la orquesta.
Esa etapa marcó el inicio de una evolución estilística. Troilo comenzó a delegar la escritura musical en arregladores como Argentino Galván, Ismael Spitalnik, Emilio Balcarce y Eduardo Rovira. También trabajarían con él más adelante Julián Plaza y Raúl Garello. Con ellos, la orquesta fue incorporando nuevas texturas, manteniendo siempre su impronta emotiva y cuidadosa.
Durante los años '40 y '50, su música se fue tornando más introspectiva, con tempos más lentos y una mayor presencia de los cantantes. En esa etapa brillaron voces como Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón, Roberto Rufino, Roberto Goyeneche, Tito Reyes, Elba Berón y Nelly Vázquez.
La interacción entre la orquesta y los cantores era clave. Los arreglos solían dar un gran protagonismo a las secciones instrumentales. La voz se integraba como “un instrumento más”, siguiendo los mismos matices y pausas que el resto de la orquesta. Incluso los dúos vocales, poco frecuentes en tangos, eran parte del repertorio de Troilo en géneros como milongas y valses, como en El desafío o Coplas.
En 1953, Troilo formó un dúo con el guitarrista Roberto Grela para la obra teatral El patio de la morocha, donde interpretaban a Eduardo Arolas. El proyecto derivó en el Cuarteto Típico Troilo-Grela, al que se sumaron Edmundo Zaldívar (h.) en guitarrón y Enrique “Kicho” Díaz en contrabajo.
Grabaron una docena de temas entre 1955 y 1956, y otros diez en 1962, con nuevas incorporaciones. El cuarteto rescataba el espíritu de la improvisación tanguera, tocando sin partituras escritas. La elección instrumental, sin piano ni violín, apuntaba a una estética más despojada, clara y melódica.
En 1968, Troilo fundó el Cuarteto Aníbal Troilo, junto a Ubaldo de Lío (guitarra eléctrica), Osvaldo Berlingieri (piano) y Rafael del Bagno (contrabajo). Más adelante se sumaría el pianista José Colángelo. Con esta formación grabó 12 piezas para la discográfica Víctor, incluyendo versiones orquestales de tangos clásicos y temas propios como Toda mi vida y La última curda.
El disco también incluyó Nocturno a mi barrio, con un texto recitado por el propio Troilo. Según De Lío, esta etapa mostraba una sonoridad “más orquestal y menos íntima” que la del cuarteto anterior, pero con el mismo espíritu expresivo.
Una vida atravesada por el arte, la pérdida y el amor
La muerte de su gran amigo Homero Manzi en 1951 lo sumió en una profunda depresión. En su memoria compuso el tango Responso, una de sus obras más sentidas. En 1971, al cumplirse 20 años de aquel fallecimiento, inauguró la plaza Homero Manzi.
Ese mismo año, Troilo contrajo matrimonio por civil con Zita (Ida Dudui Kalacci), su compañera de toda la vida. Se casaron por iglesia luego de la muerte de su madre, Felisa, como forma de homenajearla.
Diversas investigaciones también señalan que Troilo atravesó periodos de adicción al alcohol y a la cocaína, y se lo asocia con la inspiración del tango "Los dopados”.
La muerte lo encontró en Buenos Aires un 19 de mayo de 1975 a las 00:10, víctima de un derrame cerebral y varios paros cardíacos. Tenía apenas 60 años. Fue enterrado en el cementerio de la Chacarita, en el Rincón de los Notables, junto a figuras como Agustín Magaldi y Roberto Goyeneche.
El sonido que lo hizo eterno
El bandoneón de Troilo tenía un fraseo único. Sus solos, siempre delicados, se destacaban por su volumen bajo incluso frente a la orquesta completa. No abusaba de la velocidad ni de los adornos. Su estilo era más cercano a la introspección que al virtuosismo: decía mucho con pocas notas.
Como compositor dejó una obra inmensa. Entre sus instrumentales sobresalen La trampera, Responso, Contrabajeando y Milonguero triste. En su faceta de compositor de tangos cantados, su sociedad con letristas como Homero Manzi, Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo y José María Contursi dio lugar a clásicos como Sur, Barrio de tango, Garúa, Che bandoneón, María, Desencuentro y El último farol.
En 2005, el Congreso de la Nación Argentina instituyó el 11 de julio como el Día Nacional del Bandoneón, en homenaje al natalicio de Troilo. La ley fue impulsada por Francisco Torné, nieto político de Troilo, y por Horacio Ferrer, presidente de la Academia Nacional del Tango.
A casi medio siglo de su muerte, Aníbal Troilo sigue vivo en cada acorde de bandoneón, en cada tango que recorre las calles de Buenos Aires y en la memoria popular que lo recuerda como lo que fue: el Bandoneón Mayor de Buenos Aires.
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