De una conversación mundana hacia la historia
Ayer fui a uno de esos lugares donde todavía las familias pueden ir a comer, donde los comensales aunque sean desconocidos se saludan y sonríen, donde todavía se escucha nuestra música en la voz de nuestros cantores.
Dos metros atrás de nuestra mesa había un grupo de mujeres elogiando unas empanadas fritas y el vino de la casa. Como buenos salteños, la intuición de que se trataba de visitantes foráneas no falló. Nos identificaron lugareños y se acercaron a pedirnos recomendaciones para conocer la ciudad. Afloró el anfitrión que todo salteño lleva dentro y empezamos a charlar.
Hablamos de las zambas de Chichí Ibarra y Ariel Petrocelli, y un ratito después —no se bien por qué- la conversación viró hacia una especie de catarsis sobre la situación nacional. Venían de participar de un encuentro en Jujuy junto a más de 40 mil mujeres de todo el país. Una contó que en el AMBA la gente vive como en un caldero a punto de explotar. Otra se sentía culpable por haber podido viajar. Había también una psicóloga que alertaba sobre el crecimiento exponencial de consultas por ataques de
ansiedad.
Dios cría y el viento amontona. No pasó mucho tiempo hasta que la mayoría de la heterogénea mesa reconoció su adhesión en menor o mayor medida a esa entelequia que algunos denominan el campo nacional y popular. Incluso un radical, que insistía con el tema de la autocrítica, dijo que Argentina atraviesa un momento justo y necesario para reeditar el abrazo de Perón y Ricardo Balbín.
La conversación discurría. Que el oficialismo, que la oposición, que los peronistas de Milei, que la candidatura
de Cristina, que el acto de Kicillof, que la interna, que la doctrina de Moreno, que el regreso de Pichetto. Mucho ruido. Mucho peronómetro. Las visitantes pronto se pusieron militantes:
—Lo que hay que hacer es volver a hacer más y decir menos. A encontrarse más en la vida real que en las redes sociales. Escuchar más a la gente antes que ponerse a proclamar en su nombre. Como decía Perón: “Tenemos que formar el mayor número de hombres capaces de hacer, porque en este país, hasta ahora, no hemos formado más que hombres capaces de decir”.
—Eso es lo que hay que hacer— arengaban. Volver a militar sin necesidad de sellos ni cartel. Encontrarse y compartir. Volver al llano. Con los del laburo, con los vecinos, con los estudiantes, con los comerciantes, con las pymes. Con los que están en la mesa de al lado en un bodegón o en un café. Es en esos territorios, y no en los grandes discursos, donde se juega de verdad la batalla cultural.
Para quienes abrazamos la liturgia peronista, hoy es el Día de la Lealtad. Pasaron 79 años desde aquel acontecimiento fundacional y el legado de Perón sigue más vigente que nunca.
Pocos hombres logran resistir al olvido de las generaciones, a la insignificancia a la que se reducen frente
a la sucesión de los tiempos. Son pocos los hombres que con sus ideas y obras logran trascender a la efímera y frágil biología del ser humano.
Los hombres que hacen historia son aquellos que han logrado torcerla, mejorarla. Pero no para beneficio personal o familiar, ni tampoco por vanidad.
Los hombres de la historia son aquellos que han sido capaces de cambiar la vida de sus semejantes, de las
mayorías, de los trabajadores, del pueblo. Es allí donde perduran luego de que mueren.
Nació a fines del Siglo 19. Estamos pisando ya el primer cuarto del Siglo 21 y todavía su legado sigue marcando el ritmo de la política nacional. Juan Domingo Perón.
No falta mucho para que se acaben las discusiones estériles y casi siempre impregnadas de pasiones
anticuadas. Quizás esto que voy a decir le haga subir la presión a más de uno, pero discutir a Perón en poco tiempo será como discutir a Manuel Belgrano, José de San Martín o al propio Martín Miguel de Güemes. Y aclaro, reconocer su dimensión histórica no implica convertirse en peronista. No hace falta. Pero no saben lo que se pierden.
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