El tiempo perdido
El calendario electoral argentino tiene un ritmo exasperante. Se mueve lenta y burocráticamente; con una lentitud que contrasta con las urgentes exigencias de nuestra realidad económica y social.
Necesitamos despejar -lo más pronto posible- la principal incógnita política: ¿Quién será el próximo presidente?
En realidad, nuestro calendario electoral, que incluye no menos de tres votaciones para seleccionar al presidente de la Nación, no está pensado para situaciones de crisis agudas como la que arrastramos y nos arrastra.
Uno podría argumentar que los cinco meses que van desde las PASO hasta la toma de posesión del presidente sirven para que la ciudadanía madure su voto y para que los equipos perfilen proyectos y pongan a punto la estructura para comenzar a resolver problemas al día siguiente.
Pero nada de esto está ocurriendo. Al menos no está ocurriendo con la serenidad y profundidad que tamaño acto institucional demanda.
La campaña es un torneo de descalificaciones, de simplificaciones, de frases oportunistas, de gestos airados. Una campaña donde unos actores hacen mutis por el foro, otros se esconden o incluso se maquillan para confundir o agradar. Una campaña donde no faltan quienes mienten a sabiendas, ni punteros que son sorprendidos in fraganti.
Quienes han llegado a la final parecen estar convencidos de que este es un combate a cara de perro entre el miedo y la esperanza; entre un jefe que nos conduce a Guatemala y otro que nos llevará a Guatepeor.
A mi modo de ver, hemos perdido lastimosamente el tiempo. La ciudadanía se expresará con amplios sectores sumidos en la confusión o atrapados por estrategias de odio, desprecio o ninguneo.
Ninguna de las dos fuerzas que rivalizan en este envite final ha hecho público su Programa de Gobierno. Lo más probable es que ningún candidato tenga a punto esta herramienta imprescindible para ilustrar al electorado; para que los actores sociales tomen posiciones; para gobernar al día siguiente. Y, sobre todo, para comenzar a diseñar los acuerdos por encima de la grieta que resultarán imprescindibles para salir del atolladero.
Hemos perdido demasiado tiempo discutiendo si es mejor un voto positivo que uno no positivo; votar en blanco que anular el voto o abstenerse. En mesas de café, pero también en foros donde destacados intelectuales imaginan combinaciones rocambolescas, cuyo único resultado son nuevas fragmentaciones, nuevos enconos.
Puede que la ciudadanía no se merezca todo esto.
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