Política Armando Caro Figueroa 03/05/2021

Tres de nuestros grandes pecados políticos

Mi generación es responsable de buena parte de los fracasos y frustraciones que, en el terreno de la política, muestra la decadente Argentina contemporánea.

Cuando hablo de mi generación, me refiero a las mujeres y hombres nacidos entre 1940 y 1960, que experimentaron la vocación por los asuntos públicos. Mujeres y hombres que gobernaron, legislaron, dictaron sentencias, formaron a estudiantes, escribieron libros, dirigieron empresa, sindicatos, colegios profesionales u organizaciones no gubernamentales. Si bien la lista es más amplia, esta breve selección basta para los fines de esta columna. 

Aunque hubo excepciones que, guiadas por mentes de extraordinaria lucidez, advirtieron los peligros de las derivas mayoritaristas, creo que gran parte de aquel “horizonte directivo” cometió tres Grandes Errores.

El primero de ellos se concretó en el desprecio a las instituciones de la república y a los principios y reglas democráticos. La derecha conservadora prohijó golpes militares y fue incapaz de formular un Programa homologable a las ideas que, por ejemplo, sus parientes ideológicos cultivan con singular éxito en la Europa occidental.

Las izquierdas -pienso en la languideciente familia leninista (en la que podríamos incluir a los seguidores de Stalin, Trotski y el Che Guevara)- despreciaron siempre a la “democracia burguesa”, creyendo que las minorías autodenominadas revolucionarias estaban legitimadas para imponer su ley a las mayorías excesivamente complacientes, para su gusto, con el orden capitalista.     

Este desprecio a las instituciones republicanas contagió, diría que desde muy temprano, a las corrientes más fuertes del peronismo, pese a los esfuerzos que realizaron quienes provenían del radicalismo yrigoyenista y decidieron abrazar la causa peronista. Contaminó, sobre todo, a quienes, de una u otra manera, protagonizamos los desastres de los años de 1960 y 1970.

El segundo Gran Error, estrechamente relacionado con el anterior, fue el sectarismo excluyente que dividía a los argentinos entre un “nosotros” portador de la verdad, y un “ellos” recalcitrante en el error. 

Este sectarismo que nos fragmentaba, no se limitó a las grandes divisiones (peronistas y antiperonistas, civiles o militares, yrigoyenistas o antipersonalistas, derechas e izquierdas). Avanzó como una mancha de aceite construyendo guetos o familias que dividían una y otra vez a aquellas grandes categorías. 

En un momento determinado, las grandes divisiones se articularon a través de las llamadas “líneas”: Mayo/Caseros/Revolución Libertadora, fue una. Rosas/ Yrigoyen, Perón/fue la otra. 

Más adelante, quizá en los años de 1960, nació -en el dilatado espacio peronista- un tremendo y disparatado debate (que, en circulos envejecidos, dura hasta hoy) acerca de quienes son los peronistas auténticos, quienes los infiltrados y quienes los traidores.  

Esta fragmentación tendencial fue creciendo y alcanzó su punto culminante cuando cada fracción quiso asumir su condición de Patria. El peronismo juvenil sesentista se dividió entre los partidarios de una “patria peronista” (en realidad, una idea totalitaria) y los que propiciaban, armas en mano, una “patria socialista” (tan totalitaria como su antagónica). 

En aquellos años turbulentos y negros nadie se detenía siquiera a pensar qué sitio tendrían en esas patrias imaginarias y excluyentes, los no peronistas, los antiperonistas o la buena gente que no se sentía dispuesta a vivir en una patria así etiquetada. 

A muchos de nuestros oyentes les resultará fácil encontrar analogías, puntos en común, entre aquel delirio de patrias y lo que hoy llamamos grieta. Así dividida la antigua Nación Argentina, el diálogo entre posiciones discrepantes resulta imposible. Quién dialoga con un “enemigo” de “la verdad” es un traidor. Quién propone construir consensos, es poco menos que un imbécil.   

El tercero de los Grandes Errores que me he propuesto reseñar esta mañana de Mayo, es nada más y nada menos que la violencia política. La decisión de asesinar, torturar, exiliar, violar, expropiar, desaparecer al enemigo.

Quienes desconocieron el mandato “No Matarás” causaron daños irreparables. Causaron también otros daños colaterales (por ejemplo, la manipulación de la memoria histórica) que 50 años después no logramos reparar.

Cada mañana, al levantarme, me hago el firme propósito de no recaer en tan graves desatinos. No es fácil: Pero luchar por una patria sólo para peronistas o reservada a los antiperonistas, me parece un despropósito. 

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