Nuestro cerro San Bernardo
Como seguramente recuerdan usted y muchos de sus oyentes, San Bernardo es el segundo patrono de Salta.
Su santo nombre identifica a nuestro principal Hospital, al histórico Convento y a nuestro apreciado Cerro capitalino.
Pero son muy pocos los que conocen el porqué de esta antigua devoción de los salteños por San Bernardo, al que nuestros antepasados diaguitas llamaron -con pavor- el Hombrecito de Blanco.
Mi inquietud por este asunto me llevó a leer el artículo que le dedica Bernardo Frías en sus Tradiciones Históricas, la columna de don César Perdiguero reproducida en su libro Antología del Cerro San Bernardo, y el Romance escrito por Sara Solá de Castellanos.
Todos se refieren a la leyenda que muestra al Hombrecito de Blanco deteniendo -con su sola presencia- una agresiva invasión de los calchaquíes a la españolizada ciudad de Salta, hacia 1588.
Con el paso del tiempo y el auge de los realismos, el mito cayó en el olvido o en el descrédito.
Pero mi sociólogo de cabecera, un salteño ilustrado y, como tal con destellos de escepticismo, sostiene que el Hombrecito de Blanco apoya ahora a los tradicionalistas contemporáneos que actúan en los campos de la política, la ciencia jurídica, la economía y la historia.
El Santo vestido de blancura impecable no sale ya a detener originarios. Hace su tarea impidiendo o retrasando el ingreso, por lo pronto al Valle de Lerma, de las ideas de progreso, libertad, justicia social, paz y bienestar.
Es el Hombrecito de Blanco el que frena, por ejemplo, la vigencia de los Tratados internacionales sobre Derechos Humanos Fundamentales.
En su nueva misión, el patrono vestido de blanco frecuenta ahora la Ciudad Judicial, el palacio de la Legislatura, el Gran Bourg, algunos recintos académicos, ciertos cenáculos y alguno que otro club social de los pocos que van quedando en esta Salta que transcurre el siglo XXI con un dejo de nostalgia y otro de perplejidad.
Se trata de conservar la supremacía de los viejos códigos, de las ideologías romanistas, y de los cánones de la anticuada y derogada Ley de Enjuiciamiento Civil de España.
Esta anacrónica supremacía de ideas perimidas daña a los equilibrios que hacen a una sociedad moderna, productiva y de avanzada.
Aquella supremacía perjudica a los trabajadores. Deja inerme al medio ambiente. Hace oídos sordos a los reclamos de las víctimas de delitos. Ignora los derechos de consumidores y usuarios. Condena al infierno del no derecho a los empleados municipales.
Aunque, como es lógico, el Hombrecito de Blanco y sus huestes están siempre atentos para defender nuestras “más puras tradiciones”.
Cuando mi amigo sociólogo pasa por la Ermita recita, con hondo terror, los versos de Sara Solá de Castellanos:
“-Aquel es el Hombre de Blanco que a nuestra gente venció”
Muchas gracias y hasta la semana que viene.
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