Nochecitas salteñas
Por momentos pienso que estamos todos atiborrados de noticias (auténticas y falsas) centradas en los intricados mundos de la política y de la farándula.
Esta proliferación de datos, trascendidos, anticipos, rumores, comentarios, afirmaciones y desmentidas seguramente nos desorienta dado que no siempre podemos digerir el aluvión, ni extraer conclusiones firmes acerca de lo que realmente transporta el caudaloso rio informativo.
Vivimos una situación que contrasta grandemente con lo que sucedía, por ejemplo, en los años de 1960 (por no ir mas atrás), en donde los ciudadanos deseosos de información debíamos esperar al noticioso de las 13 horas que leía, en LV9, con voz convincente Omar Villalba “quién ya queda con ustedes”. O esperar el jueves para leer La Nación de los lunes.
A partir de esta percepción, propongo a los oyentes tomarnos unas cortas vacaciones y dedicar las 4 o 5 columnas siguientes a temas vinculados con las nochecitas salteñas de pasadas décadas.
Son muchos los que mirando nuestro pasado desde el difícil presente, suponen que Salta era (60 años atrás) una sociedad aburrida y monótona, y en la cual todos los salteños vivíamos como seres cortados con la misma tijera.
Sin duda las había monótonas y los había aburridos. Pero la ciudad estaba felizmente habitada también por señoras y señores de todas las edades y condición cultural o social que encontraban momentos para divertirse, relacionarse civilizadamente y pasarla bien.
¿A dónde íbamos a cenar, por ejemplo? La oferta de restaurantes no era tan variada como lo es hoy. Pero era posible elegir entre sitios francamente refinados (El Balcón, ubicado en los altos del cerro San Bernardo) y lugares mas informales, como por ejemplo el Peche Mitre que funcionaba al lado de la recién inaugurada Terminal de Ómnibus.
Las citas galantes con broche gastronómico disponían de lugares para elegir según las intenciones, las preferencias o el rango de los comensales. Me atrevería a decir que si las intenciones eran serias, procedía que el caballero invitara a su festejada a El Balcón o al restaurante del Hotel California.
Los sectores mas contestatarios o liberales preferían, sin dudas, aventurarse por la zona oscura del Parque San Martín. Muchos recalaban en “El Lapacho”, que regenteaba con singular talento don Chicho Fayt. Un sitio fantástico, sin lujos, frecuentado por hombres y mujeres de la noche, doctoras y doctores, personal de las fuerzas de seguridad, boxeadores, poetas, galleros y cultores del tango (como era el caso de Carlitos Moreno, El Gorrión del Norte). Demás está decir que las damas concurrían invariablemente acompañadas.
Los ciudadanos y ciudadanas que decidían cenar a las 4 de la madrugada tenían la opción de Don Andrés, ubicado en La Frontera que separaba al llamado Bajo Grande del resto de los barrios salteños. Especializado en pastas, minutas y buen vino en damajuana, Don Andrés convocaba a los que estaban finalizando noches más o menos desenfrenadas.
Quienes habían frecuentado cabarets o dancings, o concluido sus partidas de truco u otros lances del azar o del amor, encontraban en Don Andrés un lugar discreto, amable, en donde rencores y rivalidades se dejaban a la puerta del local de calle Zabala.
Salteños y salteñas que no veían en la noche un tiempo de pecados o transgresiones buscaban, sobre todo, discreción y calma. Por eso, antes de entrar en el restaurante elegido, era de precepto darse una vuelta previa tratando de identificar coches o personas que podían resultar contrarias al principio de discreción (“moros en la costa).
Sólo luego de constatar que todo estaba en orden, la feliz pareja descendía en busca de mesa y mantel.
Quisiera recordar, muy de pasada, otros restaurantes y comederos de moda en aquel tiempo pasado. El ubicado en el Hotel Salta fue, por años, un sitio de alta calidad y de clientes selectos (en realidad en todos estos sitios de la noche salteña regía algún principio de selección). La Madrileña (creada por el genio culinario de don Blas), el Club de Viajantes (inspirado por don Robespierre Michel).
Cuando caíamos en un trance de vulgaridad y buscábamos folclore -estridente pero sin turistas- nos desplazábamos hacia el Patrio Criollo Nievas., de calle Leguizamón.
Pero el sitio mas resonante era el restaurante de Cristóbal, el máximo chef salteño, que en las épocas de la feroz grieta anterior supo mantener en su salón un enorme y bello cuadro con la figura de Eva Perón.
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