A 40 años del Live Aid, el primer gran megaconcierto benéfico

Dos estadios. Setenta y dos mil espectadores en Wembley, 89.000 en Filadelfia. Mil novecientos millones de televidentes en 150 países. Más de 160 millones de dólares recaudados.

Dieciséis horas ininterrumpidas e inolvidables de música. El Live Aid, el primer gran megaconcierto benéfico de la historia cumple 40 años.

Pero hubo mucho más. Un músico que (casi) alcanza la canonización. Carreras que despegaron. Otras que se desmoronaron inevitablemente. Algunos rechazos inexplicables. Varias reuniones históricas. Una, la más deseada, que no ocurrió. Y cientos de grandes historias.

Algunos nombres: Paul McCartney, Mick Jagger, Keith Richards, Bob Dylan, David Bowie, Led Zepellin, Queen, Madonna, Tina Turner, Elton John, George Michael, Sting, Phil Collins, Dire Straits y muchos más.

El Live Aid, el megafestival de rock con sede en Londres y en Filadelfia, cuyo fin fue recaudar fondos para la lucha contra el hambre en Etiopía, abrió nuevos caminos y propaló un mensaje. Tanta fue la repercusión de esos conciertos, tan peculiar fue la aglomeración única de artistas, que a partir de ese momento, el 13 de julio pasó a ser El Día del Rock & Roll. El mes pasado en uno de los principales diarios ingleses fue elegido como el mayor concierto de rock de la historia.

Hasta ese momento los grandes festivales para recaudar fondos (o los grandes festivales a secas) no eran usuales. Muy lejos había quedado Woodstock y también la primera iniciativa del rock de ocuparse de los necesitados como el Concierto para Bangladesh organizado por George Harrison en 1971.

Una noche de 1984 mientras Bob Geldof, líder de The Boomtown Rats, veía televisión, un informe de la BBC cambió su vida. Hablaba del hambre en Etiopía. Llamó a su amigo Midge Ure, vocalista del grupo Ultravox, y le propuso escribir una canción, convocar grandes figuras para la grabación y donar las regalías recaudadas para ese lejano país.

La idea era novedosa. Y hasta algo audaz. El rock no tenía desarrolladas prácticas solidarias. Nadie quería quedar como débil en el mundo del descontrol. La práctica era el cinismo.

El resultado del entusiasmo de Geldof fue Do they know is Christmas?, un single que fue un gran suceso, que contó con la participación de importantes figuras musicales británicas: Sting, Bono, Phil Collins, Boy George, George Michael y decenas más.

El single llegó al número uno en la Navidad de 1984. El modelo fue copiado muy pocos meses después en Estados Unidos con We are the world.

Ambos singles recaudaron varias decenas de millones de dólares. Pero Geldof no se conformó. En marzo de 1985 se reunió con Harvey Goldsmith, el más importante promotor británico de rock que venía de organizar la gira de Wham en China.

Le dijo que quería hacer algo grande, ambicioso. El Live Aid no se fue armando en el camino sino que nació así: mastodóntico. Propuso un recital simultáneo en dos continentes con las mayores atracciones del mundo de la música. Goldsmith trató de desalentarlo. Le dijo que era imposible juntar a tanta gente, que la coordinación entre Estados Unidos y Europa iba a resultar muy dificultosa, que la ingeniería de producción exigía muchísimo tiempo, tal vez años. Geldof asintió con la cabeza y cuando Goldsmith terminó de hablar, le dijo: “Creo que el 13 de julio es una buena fecha. Ya averigüé que Wembley está libre”. Esa misma tarde una discográfica le cedió una oficina y Geldof comenzó a trabajar. Tenían dos meses y medio frenéticos por delante.

Contactó a Bill Graham, el mítico promotor musical norteamericano. Él sería el hombre clave al otro lado del Atlántico. La experiencia y los contactos de Graham allanarían el camino. Se enfrentaron con el primer gran problema. En Nueva York todos los grandes estadios estaban tomados para esa fecha. Graham halló un estadio en Filadelfia y esa fue la sede norteamericana.

En la conferencia de prensa de lanzamiento, Geldof hizo un gran bluff, como si fuera el mejor jugador de póker del mundo. Dio un montón de nombres. Todos los grandes de las últimas décadas y los más exitosos del momento. De los Beatles a U2. Pero nadie todavía le había confirmado. Quería empezar a vender entradas, a seducir artistas y a interesar a los canales de TV sin buenas cartas en la mano.

Los managers de los grupos que había anunciado sin haber arreglado se quejaron ante él. Geldof, impávido, les respondió que él no iba a desmentir nada. Que si querían, salieran ellos a decir que rechazaban la invitación, que no iban a tocar por los niños hambrientos de África y que pagaran el costo de esa decisión.

Geldof, también, utilizó un recurso, obvio y antiguo, pero de gran eficacia. A cada gran nombre que contactaba le aseguraba que otros ya habían aceptado y remataba la propuesta con una pregunta: “¿Vos te vas a quedar afuera?”. Así a Sting le dijo que Elton John y Billy Joel ya habían aceptado pero cuando se comunicó con Elton le informó que los dos primeros que se habían subido al show habían sido Sting y Billy Joel. Pasaron del temor a no tener números lo suficientemente importantes a tener que rechazar a artistas con enorme convocatoria.

Por pueril que parezca, el mismo método funcionó con las cadenas televisivas. NBC y CBS desecharon la propuesta. ABC era la última opción. Al iniciar esa reunión Geldof explicó que no iba a poder dar una respuesta definitiva porque se había comprometido con NBC a comunicarle cualquier oferta superior. El chantaje funcionó.

A días de anunciar el elenco surgió un inconveniente inesperado. Acusaciones de racismo. Esas imputaciones siempre son graves pero mucho más cuando el evento está destinado a África. Muchos artistas negros adujeron que ellos no habían sido invitados. Otros como Stevie Wonder desistieron porque, según dicen que dijo, “no quiero ser el negro de tu película”. En Filadelfia, al final, se agregaron unos pocos artistas afroamericanos. También la presencia femenina fue escasísima. Solo Madonna y Sade tuvieron sus propios sets; Tina Turner y Alison Moyet hicieron duetos con otros artistas.

Hubo tres grandes ausentes. Michael Jackson ni siquiera consideró la posibilidad de tocar sin poder controlar la escenografía, el sonido y debiendo compartir escenario con tanta gente. Prince (tampoco participó de Usa for Africa) dijo no tener tiempo y decidió seguir cultivando la imagen de chico malo y no condescender a participar de actos benéficos. Bruce Springsteen estaba en un intervalo en su exitosísima gira de Born in The USA y se había casado unas semanas antes. Tiempo después reconoció lamentarse por no haber participado.

Los artistas temían que todo fuera un desastre, que fuera imposible armar una movida tan grande y pasar un gran papelón ante una audiencia global monstruosa.

La recaudación constaría de cinco grandes rubros. La venta de las casi 200 mil entradas que se agotaron apenas salieron a la venta, los derechos televisivos vendidos a 150 países, el merchandising, el sponsoreo de grandes compañías globales y lo que se pudiera juntar en los teletones.

La parte más difícil fue, de todas maneras, el de equilibrar los egos desmesurados de los artistas, que soportaran tener solo una pequeña parte de la atención: el máximo estipulado para cada presentación fue de 17 minutos. Otro tema fue determinar quién podía tocar con toda su banda y quién lo haría como solista (dicen que Billy Joel no fue parte por ese motivo: solo le ofrecieron cantar con su piano de acompañamiento; no parece una propuesta descabellada tratándose de El Hombre del Piano). Quiénes cerraban en cada estadio fue más sencillo. El peso de Paul McCartney (no tocaba en vivo desde 1979) y de Bob Dylan se impusieron solos. Nadie pudo oponerse.

La manifestación más evidente de la batalla de egos fue el lugar en la lista de aparición. Todos querían el horario central, nadie quería ser el primero en aparecer en escena. En Londres, los Statu Quo pidieron abrir la grilla. Fue una gran decisión. Iniciaron el show y la transmisión por TV, lo hicieron con su mayor hit (tal vez el único) Rock Around The World y su actuación fue recordada por todos. Otros en cambio, tocaron mezclados entre nombres enormes, figuras legendarias, y su performance fue olvidada en el mejor de los casos; en el peor fue denostada.

Por una cuestión de husos horarios todo empezó en Londres.

Del desconocido que abrió el show en EE.UU. al récord inútil de Phill Collins

La apertura en Estados Unidos fue sorpresiva y guarda una de las mejores historias de esa jornada. Un chico de 18 años, con rulos, una armónica colgada en el cuello y una guitarra se paró frente al micrófono y cantó un cover de Dylan y una canción propia con una letra con conciencia social. Antes se presentó a la multitud como Bernard Watson aunque su nombre real era David Weinstein. Un día escuchó en la radio que se iba a realizar el concierto en Filadelfia y consideró que él era el adecuado para abrirlo. Sus antecedentes eran nulos. Pero eso no le pareció que fuera importante. Se instaló en el estacionamiento del estadio JFK y durmió allí durante varios días. Pretendía cruzarse con Graham y convencerlo. Algunos periodistas publicaron su historia en un recuadro del diario local, como una curiosidad más. A media mañana, Bill Graham mandó un emisario a hablar con el chico que le entregó un cassette para que conocieran su música. Diez minutos después Graham bajó al estacionamiento con una gran bandeja con comida para Bernard. Y le dijo: “Alimentate que tenés que estar bien para el sábado. Abrís el show. ¿O acaso pretendés cerrar?”. Y así fue, el 13 de julio Bernard Watson fue el primero en subir al escenario norteamericano del Live Aid. Después de él, entró Jack Nicholson que leyó un discurso. “Nunca estuve tan nervioso en mi vida. Suerte que llevé anotado lo que quería decir. No estoy acostumbrado a estar ante tanta gente”, dijo.

Desde ese momento una sucesión impresionante de shows.

Algunas carreras encontraron la consagración definitiva ante ese público descomunal, el más grande de la historia hasta el momento. Ni la final del Mundial 82 ni los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 habían llegado a los 1900 millones de espectadores de esa jornada. Otros despegaron. Y unos cuantos colapsaron y hundieron su futuro tras unos malos diez minutos ante los ojos del mundo. En esos 17 minutos debían lucir. Muchos no tuvieron en cuenta que era un público diferente al de sus recitales, más amplio, más ajeno. Intentaron mostrar temas oscuros o novedades que todavía no estaban instaladas. Descollaron los que metieron, apretados, sus grandes éxitos.

Cada tanto se conectaba con algún país del mundo en el que un número local presentaba una canción. La Unión Soviética, Japón, Noruega y otros. Australia mostró al mundo la contundencia de Inxs (ese fue el primer contacto, aunque remoto, entre Geldof y Michael Hutchence, historia que terminaría en tragedia).

Una de las grandes atracciones de los shows de Filadelfia eran las reuniones de grupos disueltos hacía años. Crosby, Stills, Nash and Young, Black Sabbath, Duran Duran (una nota desafinada de Simon Lebon se hizo célebre y hoy se hubiera viralizado) pero muy especialmente Led Zeppelin. Muy posiblemente ese fuera el momento más esperado del show. El grupo se negó a anunciarse como tal. Fueron Page, Plant y Jones. Sin John Bonham ellos no podían ser Led Zeppelin. Para la batería llamaron a Tony Thompson del grupo Chic. También se les sumaría Phil Collins. Doble batería para reemplazar a Bonham. La actuación fue un desastre. Page estaba en pésimo estado, Plant tuvo problemas de voz mientras John Paul Jones trataba de mantener la estructura de pie con su bajo. Al público no pareció importarle: se conformaban con ver a Led Zeppelin otra vez. Pero a ellos sí porque se opusieron a que, años después, su actuación fuera incluida en el DVD.

Phil Collins tuvo un día agitado. Fue el único en tocar en los dos lugares. Primero lo hizo en Londres. Mostró algún éxito solista, se unió a Sting y Brandford Marsalis y apenas bajó del escenario una moto lo llevó al aeropuerto. Tres horas en el Concorde y otra vez subir al escenario pero en otro continente. Un récord inútil, pero récord al fin.

En Londres, la contundencia escénica de Elton John y el show inolvidable de Queen

En Londres, Elton John mostró su contundencia escénica con Don’t go breaking my heart y con su dúo que después alcanzaría celebridad con George Michael, Dire Straits, en la cumbre de su éxito, también gustó, The Who se mostró algo oxidado.

Los U2 todavía no eran grandes celebridades globales y su actuación fue un espaldarazo. Solo dos temas. Sunday Bloody Sunday enardeció al público. La segunda canción fue Bad. En medio de la ejecución Bono comenzó a hacer señas a la gente de seguridad. Alguien interpretó que quería que dejaran pasar a una de las chicas del público. Pero Bono seguía gesticulando. Como no lo entendían bajó del escenario, se acercó al lugar y señaló a una chica de 15 años que la estaba pasando mal, a punto de ser asfixiada por la presión de la multitud. Mientras tanto la banda seguía repitiendo la misma parte de la canción. Bono la abrazó paternalmente, le dio un beso, bailó brevemente con ella y volvió al escenario para terminar con una versión de más de 10 minutos de Bad. No tuvieron tiempo para tocar la tercera canción programada, su mayor éxito hasta el momento: Pride (in the name of love). Al llegar a los camarines los músicos discutieron entre sí; predominaba la desazón y el enojo, creyeron que habían desperdiciado una gran chance. Pero la televisión mostró algo muy diferente a lo que los músicos percibieron. No importó que no sonara Pride. Ya nadie olvidaría a U2 y a su cantante.

Sin embargo, el gran ganador fue Queen. Un show inolvidable de menos de veinte minutos. Hits, impacto, presencia escénica, medley de temas, juego con el público, despliegue, contundencia. Freddie Mercury deslumbró (es la actuación recreada milimétricamente en la película Rapsodia Bohemia). Queen aprovechó su oportunidad y brindó un show incomparable. Al principio no querían hacerlo, los convenció Roger Taylor. La premisa fue: “No nos hagamos los vivos, toquemos los hits”. El auge del video clip favoreció para la coreografía espontánea del público aplaudiendo en Radio Ga Ga.

En Estados Unidos también hubo grandes shows de Tom Petty, Run DMC y un Eric Clapton que logró relanzar una carrera que venía alicaída. Madonna no quedó conforme pero otra vez la magia de la televisión: después del Live Aid sus temas llegaron al número 1 en toda Europa.

Cada show cerró con un ensamble de figuras haciendo la canción benéfica de ese lado del Atlántico, Do they know is Christmas? y We are the world.

Los Rolling Stones no tocaron aunque Mick Jagger, Richards y Ron Wood estuvieron en el escenario de Filadelfia. Pero por separado. Jagger cantó algunos éxitos (perdón: canciones) solistas, Miss You y conformó un volcánico dúo con Tina Turner en la que le arrancó la pollera (iba a hacer dúplex con Bowie para Dancing in the Street pero se suspendió porque el delay del satélite lo hacía imposible). Keith Richards y Ron Wood acompañaron el cierre de Bob Dylan. La falta de ensayo y un Dylan al menos disperso (mediados de los 80 no fue una buena época para él) hicieron que no fuera memorable.

La otra ausencia por más que parezca increíble fue la de los Beatles. O al menos así lo hizo creer Geldof que dio a entender que juntaría a los tres sobrevivientes con Julian Lennon. Pero no se trató más que de un rumor. Muchos sostienen que la ausencia de George Harrison y de Julian Lennon en la velada se debió a su enojo con el organizador. Otros dicen que George y Ringo no quisieron tocar Let It Be. De todas maneras, lo más cercano a la realidad es que no parece haber existido ninguna posibilidad de que se juntaran en esa ocasión.

Los shows venían muy bien, el rating era extraordinario pero la recaudación no avanzaba demasiado. Bob Geldof arengó a los televidentes: “Donen su maldita plata”. Después de la impactante demostración de Queen empezó a mejorar. Pero el gran quiebre lo produjo Bowie. Dejó de tocar una de sus canciones para mostrar un video sobre los chicos de África (de fondo sonaba Drive de The Cars). Tiempo después hubo denuncias de que los fondos recaudados fueron utilizados en Etiopía para comprar armas y para dirimir conflictos internos del país. Geldof salió a desmentirlo y a defender su labor. Aunque todavía se lamenta que toda su labor filantrópica, que continuó durante décadas, haya perjudicado su carrera musical: “De no ser por el Live Aid yo hoy sería como Sting”, dijo. Una afirmación improbable.

Con los años hubo muchos otros shows benéficos y los grandes festivales se hicieron norma. Pero los nostálgicos siempre tendremos Live Aid.

TN

   

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