La necesidad de una rediscusión social
En los últimos días hemos sido testigos de algunos hechos que calaron fuerte en la agenda pública de los salteños.
Los temas de la sociedad siempre se imponen y se interrelacionan con los temas de la política, de la economía y de la cultura. Al fin y al cabo somos antes que nada seres sociales.
Uno de estos acontecimientos tiene que ver con una brutal golpiza grupal a un joven y su amigo en una fiesta privada de San Lorenzo. Una fiesta electrónica y clandestina. Creo que a todos nos impactaron los videos de esa feroz patoteada que incluyó hasta la complicidad violenta de personas que supuestamente oficiaban como personal de seguridad y que no tuvieron reparo en patear a las víctimas aún cuando yacían en el suelo. Gracias a Dios no tuvimos que lamentar la peor fatalidad, pero sabemos que el episodio podría haber tenido un
desenlace como aquel que terminó en su momento con la vida de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell.
Hubo otro acontecimiento que también se viralizó entre los celulares de los jóvenes de nuestra provincia y que generó tanta conmoción como repudio. Y aunque ocurrió en la ciudad de Miami, en Estados Unidos, los protagonistas son salteños. Hablo de la cobarde agresión que le propinó un joven a su ex pareja y que quedó registrada en el celular de la víctima. Ella terminó internada en un centro de salud y su denuncia con los videos explícitos ayudó a ventilar antecedentes que sufrieron previamente otras jóvenes salteñas. Cientos de mujeres utilizaron sus redes sociales para defenderse, repudiar, denunciar y alertar sobre las conductas de quien era reconocido hasta hace poco como un aclamado y exitoso productor de fiestas electrónicas.
Los acontecimientos están siendo investigados por la Policía y la Justicia. Y como lo manifestó el gobernador Gustavo Sáenz, la sociedad salteña en su conjunto espera que caiga sobre los agresores todo el peso de la ley. Estaremos atentos a que así sea.
Amén de los hechos y en paralelo a la atención que suscitarán sendas causas, creo que es importante la reflexión sobre las condiciones y las circunstancias que subyacen a estos episodios que a simple vista podrían
pensarse aislados.
En una de las obras fundacionales de la sociología, Emile Durheim llega a demostrar luego de una larga investigación que hasta la decisión aparentemente más individual y terrible de todas —el suicidio— es un hecho social. Como lo es la violencia. La impotencia que refleja los límites, las tensiones y las rupturas de un pacto social que debe ser permanentemente discutido, acordado y rubricado.
Hace tiempo, incluso en esta misma columna, venimos advirtiendo que hay sectores interesados en volver a poner de moda la violencia. Personas con responsabilidades importantes que transmiten mensajes cargados de odio y estimulan la agresión como forma de intervención sobre lo social. El grave problema es que esas agresiones empiezan a trascender las pantallas de los celulares y las declamaciones afiebradas se convierten en acción. Que quede claro. No se trata de levantar el dedo ni de señalar a nadie, al contrario. Creo que merecemos una verdadera y amplia discusión colectiva que nos incluya a todos. Todos en definitiva tenemos responsabilidades y somos parte de una sociedad que es mucho más que la suma de sus individuos.
Además, como también lo dijimos antes, no es la primera vez que en la Argentina intentan poner de moda la violencia. Ya pasó en otros momentos de la historia reciente y las cosas no terminaron nada bien. Es importante
volver a hablar. En la casa, en la escuela, en el trabajo. Es cierto que la crisis económica acapara la agenda del debate público y muchas veces las malas noticias parecieran no dar respiro. Entiendo que la situación del país tiene a la mayoría de las familias pensando en como llegar a fin de mes. Entiendo que la abrumadora cantidad de información que circula muchas veces nos olvida mirar al costado, quitar la vista del celular y empezar a prestarle atención a lo humano. Pero tenemos que volver a hablar. Con los jóvenes sobre todo. Estoy seguro que la violencia no es una elección racional y que la mayoría de ellos quiere una vida en paz, haciendo lo que los hace felices y compartiendo con quienes quieren compartir. Me resisto a creer que ya no quieren cambiar el mundo.
Si no somos capaces de conversar, de volver a buscar un sentido, un propósito, la vida será para las nuevas generaciones eso que pasa entre la ansiedad de las redes sociales y la búsqueda de la subsistencia material.
Me extendí sobre el tema, pero es porque realmente se impone. Debemos ocuparnos además de preocuparnos. La sociedad antecede a la política. De hecho, el borrador original de esta columna estaba centrado en la reciente
sesión del Parlamento del Norte Grande que se llevó a cabo en Salta, en la que participaron los vicegobernadores y más de 130 legisladores de las diez provincias que componen la región.
Fue muy valioso porque puso en valor el diálogo, la necesidad del acuerdo a pesar de las diferencias, la importancia de la unidad para fortalecer nuestros reclamos. Dentro de muy poco el Congreso Nacional discutirá el presupuesto 2025. El Norte Grande tiene que ser capaz de
imponer sus necesidades en la agenda.
Más de 10 millones de argentinos que viven en esta región esperan que alguna vez se terminen las injusticias de pagar todo más caro, de tener menos infraestructura y que el centro del país siga manteniendo su privilegiada prosperidad a costas del esfuerzo que se hace en nuestras tierras.
Tenemos un mandato: social y político, pero sobre todo un mandato moral.
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