Opinión Por: Mario Peña06/08/2025

El fin del romerismo: 42 años de poder, medios y política en Salta

Con la decisión de Juan Carlos Romero de no participar en las próximas elecciones y su salida del Senado, se marca el fin de una de las dinastías políticas más prolongadas e influyentes de la historia reciente de Salta. Desde los inicios de Roberto Romero en los medios hasta la desafección total del electorado, se cierra un ciclo de 42 años de poder y estrategia.

La historia del romerismo en Salta no comienza en la política, sino en los medios. A comienzos de los años 80, en una provincia donde apenas existían tres canales de comunicación –El Tribuno, Radio Salta y Canal 11–, un hombre emergía con fuerza: Roberto Romero. Un empresario periodístico carismático, astuto, e incluso inescrupuloso con sus competidores. Cerró diarios opositores, consolidó un emporio mediático y acumuló poder económico y simbólico a través de la prensa.

No tardó en ampliar sus ambiciones. Luego de controlar El Tribuno, apuntó a Canal 11, por entonces bajo el control de sectores tradicionales de la elite salteña. Con maniobras dentro del directorio y estrategias de compra de acciones, terminó por apropiarse también del canal. Ya con dos medios clave en sus manos, el paso siguiente era natural: el poder político.

Roberto Romero se sumó al peronismo tras un paso poco exitoso por la UCRI. En el PJ de los 80 se enfrentó a figuras como Horacio Bravo Herrera y Caro, hasta alcanzar una alianza que lo llevó a la gobernación en 1983, en tiempos de recuperación democrática y con Alfonsín en la Casa Rosada.

Gobernó cuatro años. Reformó la Constitución y, con sagacidad, se retiró. Lo hizo en un contexto económico crítico, tras haber lanzado un bono provincial para cancelar deudas que dejó la provincia al borde del colapso. En esos años, el Banco Provincia ni siquiera podía abrir sus puertas por falta de encaje en el Banco Central.

Su salida del Ejecutivo no fue un retiro real: asumió una banca de diputado nacional, aunque la rutina del Congreso le resultó ajena y aburrida. En paralelo, dejó en la gobernación a Hernán Hipólito Cornejo, a quien luego enfrentaría con ferocidad mediática cuando intentó volver al poder.

Romero perdió contra Roberto Ulloa, un ex hombre del proceso que gobernó con escaso respaldo nacional. Poco después, la tragedia golpeó: Roberto Romero murió atropellado en Brasil. Pese a las versiones conspirativas, lo cierto es que fue un accidente.

Sin embargo, su legado político no murió con él. Su hijo, Juan Carlos Romero, a quien pocos conocían en ese entonces, asumió el control del diario y pronto sería nombrado senador provincial, con todo lo que implicó en términos de negociaciones, votos y favores. Así comenzó su camino al poder.

En 1995, tras una elección cuestionada y cerrada a las dos de la mañana, Juan Carlos Romero fue proclamado gobernador. Gobernó durante 12 años, eliminando estructuras enteras del Estado y echando a miles de empleados. Al estilo Milei, pero veinte años antes. En su segundo mandato, aspiró a la vicepresidencia junto a Menem, pero perdieron.

Para poder seguir, mandó reformar la Constitución provincial, lo que le permitió sumar un tercer mandato. En paralelo, se blindó políticamente con una red familiar: su hermana, su hija (la exintendenta Bettina Romero), su sobrino y hasta su hijo encontraron cargos o bancas.

Durante sus años como gobernador, Juan Carlos Romero jamás mencionó a su padre en actos o discursos. Ni una vez. Solo Bettina lo nombró un par de veces en campaña. Un silencio llamativo, como si buscara desmarcarse de su origen político.

Ya fuera del Ejecutivo, Juan Carlos Romero mantuvo su lugar en el Senado Nacional. Entró por el peronismo, luego por el PRO y más tarde por Cambiemos. Siempre encontrando un espacio. Pero ese margen se fue achicando.

Los años recientes marcaron el declive: sin partido propio, sin estructura en la provincia, sin agrupaciones que lo respalden, con encuestas que le daban 4% y ningún frente que lo quiera dentro, Romero se quedó solo. La Libertad Avanza ya tiene a Olmedo, el kirchnerismo lo detesta, y en el PRO ya no tiene lugar. Su presunto intento de sumarse a un armado porteño con Gustavo Sáenz también fue en vano.

Su despedida fue forzada. No hubo épica, ni convocatoria, ni militancia. Se va porque no tiene con quién quedarse. Su legado político se diluyó entre la desmemoria del pueblo y la falta de empatía. Hace más de una década que no pisa fuerte en Salta, y la gente ya no lo reconoce como propio.

Sus próximos pasos, según él mismo, serán dedicarse a sus hobbies. Uno solo es conocido: la náutica. Entre barcos en el Cabra Corral, Mallorca o Estados Unidos, Juan Carlos Romero parece retirarse hacia una vida más privada. Pero no por voluntad: por falta de respaldo.

La causa penal de La Ciénaga, que lo involucra junto a su hijo, también es un obstáculo. Y a nivel provincial, no le queda espacio.

Así termina el ciclo de los Romero. Un ciclo que comenzó con Roberto en los años 80, que pasó por Juan Carlos, por Bettina, por diputados y senadores con el mismo apellido, y que hoy, en 2025, finaliza sin gloria. Un final sin herederos visibles, sin clamor popular, sin continuidad.

El romerismo ya es historia.

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