El Mundo24/10/2024

Al Capone: la jugada maestra de un juez para condenar al mafioso más icónico de la historia

Responsable de decenas de muertes y dueño de una red de negocios ilegales, el capo mafioso más famoso de los Estados Unidos parecía destinado a vivir una vida de impunidad. Después de años de investigarlo, solo pudieron acusarlo de evasión de impuestos y estaba a punto de eludir a la justicia una vez más cuando un aviso a tiempo desbarató su jugada y lo mandó a la cárcel.

Casi al final de Los Intocables el director Brian De Palma muestra a un Al Capone (Robert De Niro) que, al ser sacado por las escaleras de los tribunales luego de escuchar su condena por evasión de impuestos, se cruza con su eterno perseguidor, Elliot Ness (Kevin Costner), lo insulta y quiere golpearlo. Más allá del logrado dramatismo, la escena de la película poco tiene de cierto. El hecho real fue mucho más tranquilo. El capo mafioso y el jefe del grupo especial de la Agencia de la Prohibición no se encontraron en la escalinata del tribunal sino en un estrecho pasillo donde un mantuvieron un cruce de palabras calmo pero cargado de ironías.

-Algunos tienen suerte. Yo no. De todas formas, el negocio me estaba generando demasiados gastos. Deberían legitimarlo – le dijo Capone a Ness, con una sonrisa en los labios.

Ocurrió el 24 de octubre de 1931 -hace 94 años-, el día que Alphonse “Al” Gabriel Capone perdió la impunidad que lo había acompañado durante casi toda su vida. Todo el mundo sabía que era responsable de decenas de asesinatos y dueño en las sombras de un imperio de cervecerías, destilerías, bares clandestinos, almacenes, flotas de barcos, camiones, night clubs, casinos ilegales, hipódromos, canódromos, prostíbulos, sindicatos y asociaciones comerciales e industriales que manejaba desde la más lujosa de las habitaciones de uno de sus hoteles, el Lexington de Chicago.

Con sólo 32 años era el rey del hampa de la ciudad, pero nadie podía conectarlo con esos negocios legales e ilegales, su nombre no figuraba en ningún papel y la organización que lo rodeaba -compuesta por centenares de hombres, desde matones hasta contadores- lo blindaba con un silencio de cementerio.

Hasta entonces solo había pasado, cuando era muy joven, nueve meses detrás de las rejas por el delito menor de posesión de armas, pero después de su vertiginoso ascenso a la cúspide del mundo del hampa siempre había eludido a la justicia. “Me han echado la culpa de todos los muertos, con la excepción de los de la lista de bajas de la Guerra Mundial, pero no han podido probarme ninguna”, solía jactarse.

Con la condena que acababa de recibir cuando se cruzó con Elliot Ness en un pasillo del Tribunal Federal de Chicago, Capone tampoco pagaba ninguno de sus asesinatos. La pena fijada por el juez se debía a que lo había encontrado culpable de tres cargos de evasión de impuestos. Al día siguiente, The New Yorker tituló: “Once años para el Rey del Hampa”.

Por una vez, Capone había perdido, aunque hasta el último momento estuvo a punto de zafar otra vez. Solo un oportuno aviso de Ness y la valentía de un juez honesto le habían quitado de un solo golpe todos los ases que tenía en las manos.

Al escuchar la sentencia, el mafioso más famoso de los Estados Unidos no podía imaginar que esa condena también marcaría el principio del fin de su reinado criminal.

La cara cortada a cuchillo
Hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos proveniente de Salerno, Nápoles, Alphonse -nacido en Brooklyn el 17 de enero de 1899- y sus ocho hermanos habían vivido una infancia de privaciones. Su padre, Gabriele Capone, trabajaba como barbero, y su madre, Teresina Raiola, era costurera.

Al tuvo que dejar la escuela a los 14 años, cuando cursaba a duras penas quinto grado, expulsado por pegarle a una profesora. Durante los dos años siguientes trabajó de lo que se le presentaba. Fue dependiente en una confitería, empleado en un bowling y obrero en una fábrica de cartón.

A los 16 conoció al hombre que le cambiaría la vida, el calabrés Johnny Torrio, un capo conocido en el mundo del hampa como “el gánster caballeroso”, que controlaba los negocios y las operaciones ilegales de la Costa Este. Impresionado por la historia de la agresión de Al a la profesora, Torrio lo destinó a una de las bandas juveniles que le respondía, los “Five Points Gang”, especializada en dar palizas a los comerciantes que se retrasaban en pagarle las “cuotas de protección”. Con ellos, Capone aprendió a utilizar armas y también a matar.

El siguiente peldaño en su carrera criminal lo dio como guardaespaldas de los mafiosos Frankie Yale y Tony “El Malo” Torelli. En eso estaba cuando una noche le hicieron las marcas en la cara que le darían el apodo con que sería famoso: “Scarface”.

Una de las tareas asignadas a Al era la seguridad de los clubes nocturnos propiedad de Yale, de los que sacaba a los borrachos molestos y obligaba a pagar a los clientes reacios a abrir sus billeteras. Con él trabajaba otro pesado, Frank Gallucio, con el que se llevaban muy bien hasta la noche que Al, borracho, insultó a la hermana de Frank, que era “copera” en el local.

Se enfrentaron en un duelo a cuchillo en el que Frank, mucho más hábil en el manejo de los filos, le marcó tres veces la cara. La pelea no tuvo un desenlace fatal por la intervención del propio Frankie Yale que, además, obligó a Capone a disculparse.

Contra todas las predicciones, Al y Frankie seguirían siendo amigos y cuando Capone se convirtió en jefe del hampa lo llamó a su lado para tenerlo como guardaespaldas de confianza. Frankie jamás lo traicionó.

esde entonces, Al pasó a ser conocido como “Scarface” (cara cortada) por las tres cicatrices que le quedaron en la cara, aunque ocultaba la verdadera razón por las que las tenía y decía que se las había provocado una granada cuando combatía en Francia, durante la Gran Guerra, de la cual en realidad no había participado.

Fuente: Infobae

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