El Mundo 10/08/2020

El primer ministro de Líbano anuncia la dimisión del Gobierno tras la catástrofe de Beirut

El primer ministro del Líbano, Hassan Diab, anunció la dimisión en bloque de su Gobierno. La renuncia se produce en medio de la creciente indignación popular contra la élite política libanesa tras la colosal explosión de un almacén con 2.750 toneladas de nitrato de amonio que sacudió el puerto de Beirut

El pasado martes, la explosión en el puerto de Beirut causó 164 muertos, más de 6.000 heridos y expulsó a más de 300.000 vecinos de sus hogares.  

La tragedia ha supuesto un nuevo punto de inflexión en el movimiento que desde el pasado octubre exige la salida en bloque de toda la élite política, elecciones anticipadas, un Gobierno de tecnócratas y una justicia independiente. En la noche del sábado, miles de libaneses se echaron a las calles de Beirut exigiendo una vez más la renuncia del Ejecutivo en lo que se convirtió en la jornada más violenta desde el inicio de las protestas, que se saldó con un policía muerto y más de 700 heridos. Por tercer día consecutivo, cientos de manifestantes se dirigieron al centro de la ciudad para escuchar el discurso de Diab. El anuncio de la dimisión fue recibido con fuegos artificiales y en la tarde de este lunes han comenzado a producirse enfrentamientos entre policías y manifestantes en el centro de la capital.

Diab llamó en la tarde del sábado a celebrar elecciones anticipadas. La dimisión del Gobierno allana el camino a esta posibilidad. En las últimas 48 horas, cinco de los 30 ministros habían presentado ya su dimisión: los de Información, Manal Abdel Samad; Medio Ambiente, Demianos Qattar; Defensa; Zeina Adra; Justicia, Marie Claude Najm, y Finanzas; Ghazi Wazni. El efecto dominó reverberó en el Parlamento, donde 10 de los 128 diputados también presentaron su renuncia. Se trata del segundo Gobierno que logra tumbar el movimiento de contestación ciudadana. El pasado octubre, el entonces primer ministro, Saad Hariri, presentó su dimisión.

El nuevo Gobierno apenas ha durado nueve meses, periodo durante el que los libaneses aseguran que no se han llevado a cabo ninguna de las reformas necesarias para evitar el colapso del país. Las protestas que inicialmente arremetieron contra una clase político-económica anquilosada en el poder desde hace más de tres décadas y de corte confesional tornaron en protestas del pan a principios de año, conforme la ya grave crisis económica se vio amplificada por las medidas de confinamiento en la lucha contra la covid-19.  Sin un paquete de ayudas estatales para paliar el impacto, más de mil locales han cerrado definitivamente sus puertas y 200.000 personas han perdido sus puestos de trabajo desde octubre, elevando la tasa de paro en el sector formal al 30% y hundiendo a casi la mitad de los 4,5 millones de libaneses bajo el umbral de la pobreza. 

La trágica explosión ha supuesto un punto de no retorno para los manifestantes. Los ciudadanos libaneses consideran que el suceso es fruto de una nueva negligencia y de la desidia del sistema político al completo. El deterioro económico, la vertiginosa caída de la libra libanesa y una inflación del 60% han acabado por ahondar las tensiones políticas y sociales que arrastra el país. Grupos de jóvenes armados se han enfrentado en repetidas ocasiones y en clave sectaria en las calles de Beirut conforme sus líderes políticos se enfangan en un cruce de acusaciones mutuas que paralizan todo medida de reforma.

El Líbano acumula una de las deudas públicas más altas del mundo (unos 76.000 millones de euros, el 170% del PIB) mientras que la comunidad internacional ha denunciado la flagrante desidia de la élite dirigente ante el posible colapso económico del país, aquejado también de una corrupción estructural que lo sitúa en el puesto 137 de 180 (cuanto más cerca del 180, más corrupto) en el índice elaborado por la organización Transparencia Internacional.  

A la cabeza de las manifestaciones se sitúa la generación de veinteañeros hastiados del sistema clientelista llamado wasta (“enchufe”, en árabe) y que, sin oportunidades de futuro, abandonan en masa el país. Los jóvenes de entre 15 y 29 años suponen el 30% de la población libanesa y sufren una tasa de paro del 66%, según el Ministerio de Juventud y Deportes. Decenas de miles emigran cada año en busca de un futuro mejor. Se trata de la primera generación de la posguerra civil (1975-1990), que rechaza unas reglas sectarias que considera caducas. El sistema político confesional que rige en Líbano implica que el poder se reparte por cuotas, de modo que el presidente ha de ser cristiano; el primer ministro, un musulmán suní, y el presidente del Parlamento, un musulmán chií. 

La desastrosa gestión económica ha llevado a condicionar la ayuda internacional a una política de austeridad eficaz para reducir la deuda y cambios en la gobernanza. “No han propuesto un solo plan de reforma económica [por el Gobierno libanés], condición desde hace dos años para liberar los 11.000 millones de dólares prometidos en la conferencia de CEDRE [en Francia]”, cuenta desde el anonimato una fuente diplomática europea en Beirut. “Lo mismo ha pasado con el Fondo Monetario Internacional, cuyas negociaciones han quedado encalladas porque el Gobierno rehúsa reformar el sector bancario o el de la gestión de la electricidad, ambos extremadamente opacos y lucrativos para los políticos”, acota. Para los ciudadanos se traduce desde hace meses en cortes diarios de hasta 22 horas de la electricidad y la imposibilidad de abastecerse d productos básicos por falta de divisas en un país que importa el 80% de lo que consume.

La dimisión del Gobierno promete reconfigurar de nuevo el statu quo político en Líbano, donde dos bloques quedan confrontados con las influencias regionales como telón de fondo. Tablero tradicional de las luchas subsidiarias de potencias regionales e internacionales, Hariri llamó a un acuerdo de “disociación regional” por el que ambos grupos lograron formar un Gobierno de unidad tras nueve meses de negociaciones, que tocó a su fin con la dimisión de Hariri en octubre.  

Diab tomó el relevo a la cabeza de un Gobierno respaldado por el grupo mayoritario que conforma el tándem chií Amal-Hezbolá y el partido cristiano Movimiento Patriótico Libre, que encabeza el yerno del presidente, Yibran Basil. En la oposición quedó el dimitido Hariri, junto con los partidos Socialista Progresista, del druso Walid Yumblat, y Fuerzas Libanesas, del cristiano Samir Geagea. Los primeros buscan mantener el statu quo que sirve a sus intereses. Los segundos, mejorar su posición. La calle los quiere a todos fuera. 

El País

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