La síntesis como limitación

El novelista George Orwell publicó, hacia mediados del siglo pasado, su libro “1984”, en el que muestra un futuro con la vigencia de un Estado autoritario omnipresente y vigilante, uno de cuyos instrumentos de control y represión era la denominada “neolengua”, adaptación del idioma que reduce y transforma el léxico.

Opinión 28/09/2022 Pablo Borla

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El lenguaje se limitaba al extremo y se fusionaban términos. Y cuando el lenguaje se limita, el pensamiento también.

Desde hace una década ingresamos a un sistema de lenguaje sintético, que desdeña el desarrollo de los temas. Quizás, sea el resultado del gran volumen de información de diferentes fuentes y temáticas que nos llega, vía redes sociales y aplicaciones de mensajería digital.

Algunas de ellas, como Twitter, inicialmente limitaba la cantidad de caracteres del mensaje a sólo 140 por posteo y, por presión de sus usuarios encorsetados, debió duplicarla.

Instagram, por su parte, tiene un algoritmo que pone en desventaja a los posteos con texto, priorizando las imágenes y los videos.

Whatsapp nos acostumbró a ser breves para ser leídos por los destinatarios de nuestros mensajes. Se han popularizado los “emoticones”, que son símbolos que buscan representar conceptos de orden emocional, ya que es difícil expresarlos en la escritura. Y de paso, para abreviar. Una especie de esperanto moderno, que sigue la línea de otros símbolos que son comunes a los diferentes países del mundo, para que cualquiera pueda interpretarlos.

Si bien se pueden evitar importantes errores de percepción en cuanto a lo que se quiso escribir, un único emoticón presenta también interpretaciones, que solo pueden aclararse con el contexto, para no confundir al lector.

La autolimitación del lenguaje se agudizó desde hace dos décadas. La Academia Española de la Lengua afirmó que, mientras “un ciudadano medio utiliza entre 500 y 1000 palabras” para comunicarse, los más jóvenes usan alrededor de un 25%, lo que es alarmante teniendo en cuenta que el castellano cuenta con casi 100 mil vocablos.

Roberto Fontanarrosa dio un recordado discurso durante el Congreso de la Lengua de 2004, en Rosario. En él, dijo que “cuantos más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir”.

El problema no son las palabras nuevas sino la complejidad del pensamiento, que resulta imposible de describir con un vocabulario limitado. En ello, una aclaración: el poema que un adolescente enamorado le escribe a su amada, con intención artística, es tan parte de la literatura como lo es El Quijote de la Mancha. Ambos persiguen dar un barniz diferente, desde el arte, a la palabra. Pero en comparación, el libro cervantino es muchísimo más complejo y lleno de matices, y esa complejidad es valorada por el cerebro, que accede a una capacidad superior de disfrute.

En el periodismo, también ha desembarcado la síntesis en el análisis y son cada vez menos los lectores u oyentes que valoran una opinión que se expone cuidando su desarrollo y expresión.

Todo parece perentorio y breve y en esa urgencia por atender las necesidades del lector, como si fuera un infante apremiante, se pierden detalles importantes, porque el destinatario se aburre y se desalienta de entrada si ve un texto extenso.

De hecho, el esquema comunicacional de un medio noticioso digital promedio pone mucho énfasis en el título de la noticia y en un breve copete, que resuma lo mejor posible lo que considera incitará al lector a continuar con la lectura.

Y lo hace porque así se han acostumbrado muchos de  los lectores. Si no son seducidos de entrada, migran hacia otros sitios, en busca de información que los entretenga.

Creo que, afortunadamente, y aunque sean menos, sigue habiendo un público que disfruta de un buen producto, con contenido; de una idea expresada con orden y cuidado; de la elección adecuada de las palabras; de los párrafos conceptuales, plenos de ideas que nos estimulan intelectualmente y nos incitan al pensamiento y a la reflexión.

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